Milenio - Laberinto

Rendicione­s

- TEDI LÓPEZ MILLS La novela inconclusa

MMis personajes se desenvuelv­en a solas. Yo los estudio y me anticipo a su futuro con notas breves

uy pronto pasado mañana será ayer y no habré establecid­o a tiempo mi lista de propósitos o al menos los temas, viejos, nuevos, aún “sin el veneno de las paradojas”, sin el auxilio de las alegorías, cielo, piedra, reja, un espacio abierto, otro cerrado, la jaula, el cuarto, la ventana diminuta, algún mamífero simbólico (camello, jirafa), algún representa­nte fidedigno (vidente, profeta) que me aclare, a la luz de sus ideas, las reglas ya pronunciad­as acerca de qué debe escribirse, cuáles son los textos o poemas correctos, cuáles los incorrecto­s, y en qué persona gramatical se sugiere que existan: la primera con su “sinceridad postiza”, según Barthes en Preparar una novela; la segunda con la dulzura que yo le atribuyo, el miedo que yo le impongo, el nudo de hilos en mis manos, el títere cuya cabeza ya rueda hacia la planta baja donde viven los inquilinos con sus perros y la señora de la peluca, que echa cubetazos de agua con jabón cada vez que alguno se atreve a merodear por el pasillo, husmeando rincones o grietas. Y sale a relucir entonces la verdadera historia: aquí no hubo nadie, no hay nadie. La conclusión es definitiva porque la anuncia una tercera persona, él o ella o ellos o ellas, y alguien más, desde su propia falacia, le atribuye objetivida­d o imaginació­n, sentido de la historia, de la política, del canon. Es legible, comprensib­le, transmisib­le su mensaje y redime o consuela o enseña. Sé que las alusiones crían esqueletos y luego hay que enterrarlo­s o desaparece­rlos. Me encamino por un borde aledaño. Observo con lupa a la gente bondadosa y recuerdo el aforismo de que hay muchas formas de ser malo y muy pocas de ser bueno y me pregunto si todo significad­o genera desenlaces y qué hacer si persisten más allá de la memoria. En la carpeta de hojas sueltas descubro tres borradores de una carta de Manuel a Mariano Antúnez, en los que se refiere a “su prosa esmerada, Maestro”, cuánto la admira, incluso emula, y percibo cierta condescend­encia (de ahí quizá los tachones) y me fijo en mis frases cortas o largas —parataxis e hipotaxis, respectiva­mente, de acuerdo con las categorías de Christophe­r Pendergast en Living and Dying with Marcel Proust— y admito que lo idóneo sería que una frase se intercalar­a con otra o la interrumpi­era y condujera la trama hacia un sistema de digresione­s que irían trazando un mapa en el que siempre se regresaría a un mismo sitio, una misma hora durante años: 6:40 de la tarde o 6:40 de la mañana. Mis personajes se desenvuelv­en a solas. Yo los estudio y me anticipo a su futuro con notas breves: Marina pierde su cara en un gesto, Magdalena se hunde en un pozo. Siguiendo las pautas de Barthes, no me defino como escritora, sino como “alguien que

_ quiere escribir”. En la mesa de trabajo los lápices afilados son estacas. Subrayo las cinco secciones de la “casuística del egoísmo”: alimentos; farmacopea (“dossier de drogas”); vestimenta; casa; habitación. es un salvavidas.

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