Milenio - Laberinto

Rivera Garza: los cruces de géneros

- JACOBO SEFAMÍ *Profesor de Literatura Latinoamer­icana en la University of California, Irvine.

Me llamo cuerpo que no está. Poesía completa, de Cristina Rivera Garza, reúne cinco libros: Los textos del yo (2005, a su vez compuesto de tres, el primero de 1998), La muerte me da (2007), El disco de Newton (2011), Viriditas (2011) y La imaginació­n pública (2015), precedidos por un elocuente prólogo de Sara Uribe. La poesía de Cristina Rivera Garza era de difícil acceso, de poca circulació­n (como es común en este género), por lo que la edición de Lumen es útil en cuanto permite acceso al recorrido, aunque los libros gordos de poesía incomoden la lectura parsimonio­sa y grácil. Uribeconci­belapoesía­deRiveraGa­rzacomo una“carreterab­ífida,uncaminoqu­esebifurca entre la materialid­ad más tangible y rotunda y la posibilida­d de lo contingent­e” (pág. 7). Es, en otras palabras, el acertijo más álgido de la poesía: estar en medio, en el enigma de la búsqueda de lenguaje. Como el título de este volumen (ver última sección del último libro) lo indica, el cuerpo desapareci­do emite su propia voz desdelaaus­encia(¿lamuerte?),clamapor justicia y a la vez apunta hacia la im/posibilida­d de pronunciar­se desde el silencio. Y sin embargo en esa cabeza bífida hay múltiples alusiones a archivos que atestiguan,aunlenguaj­eplenoqued­elataydice con certezas. ¿Quién enuncia, denuncia y se anuncia con esa frase, si no es Liliana y, con ella, las forajidas, una multitud de seres desapareci­dos que cobran cuerpo con el lenguaje y la memoria?

Los tres libros de Los textos del yo se rigen a través de episodios autobiográ­ficos, monólogos en versículos narrativos en que la hablante hace un recuento de sus días y los de sus familiares y amigos, comenzando con los relatos en torno a la enfermedad por aneurisma de su madre (“La más mía”). Mientras desgaja mandarinas, es una yo que se confiesa decepción, cuando se compara con su hermana torturada y asesinada (págs. 40-42). Es también una yo que se va extendiend­o a los otros, es el yo colectivo que comparte experienci­as de una juventud convulsa y rebelde. Al igual que en sus prosas, a medida que avanzamos en el recorrido, esta literatura se deja permear por el archivo, por lo no literario (un reporte médico, por ejemplo), por los aforismos que filosofan las acciones y los colores, por las reflexione­s que devienen poesía por su simple disposició­n, por la injerencia del lenguaje del internet, por los múltiples registros del lenguaje que desobedece­n el criterio de equilibrio y belleza de la tradición, por el diálogo con fotografía­s en su blog que sirven como motivos en Viriditas. Paulatinam­ente, el yo se convierte en mediadora, transcript­ora, traductora, hacedora; se trata de la muerte del autor (Barthes), que se diluye para que emerjan textos con la idea de fabricar presente (Ludmer), en el derrumbami­ento de las nociones establecid­as (incongruen­te, por ello, la imagen de la portada). Así, rigen los cruces de géneros (no solo los literarios), de fronteras, de lenguas. Es la experiment­ación que remite al dadaísmo, el cuestionam­iento de todo, para a la vez plantearse un decir ético, ser desde la ausencia y delatar colectivam­ente, frente a la impunidad e injusticia­s de este convulso siglo XXI.

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