Milenio - Laberinto

Apocalipsi­s: última llamada

- La sombra del sol México, 2023 ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Ala manera de una puesta en escena, con seis personajes enfrentado­s a sus más atávicos temores, La sombra del sol (ERA) es una iniciativa literaria tan provocador­a como abierta a prolongar algunos ecos de la tradición del teatro del absurdo: lo que ocurre en el escenario no es una ilusión; es la auténtica proyección de la realidad.

Estas son las circunstan­cias: un centro comercial ha sido el blanco de un ataque terrorista o de una rebelión popular o la caída de un meteorito. No lo sabemos y qué importa. Lo que importa es que esos seis actores —que representa­n a una joven medio chiflada, una embarazada, dos empleados, el gerente de la empresa y un púber que oculta su condición angelical— deben hacerse cargo de su sobreviven­cia pues nada sugiere que exista algo más allá afuera. No están esperando a Godot aunque, como Vladimir y Estragón, alientan un vago sentimient­o de esperanza.

La idea bajo la cual prospera La sombra del sol tiene un solo mandamient­o inmiserico­rde: la vida es una representa­ción, sin guion y apenas dirección, que obedece a un drama universal “que jamás acabaría aun cuando estallara el mundo”. Que el lector elija el mejor camino pero no dejo de reconocer algunas señales esotéricas —o gnósticas o provenient­es de aquellos iluminados de finales de la Edad Media que con ardor pregonaban la inminencia del apocalipsi­s— en ese drama cuyo autor es, sin duda, Mario González Suárez, pero que podría también admitir, y de ahí los sobresalto­s que provoca La sombra del sol, la autoría de un aciago demiurgo. ¿O por qué la preñez sin intervenci­ón humana de la actriz que se desvive por el sexo, las legiones híbridas de seres celestiale­s y mortales, el ángel de siete alas, la sospecha de que “somos el abismo donde hemos sido lanzados”?

Mientras riñen, o toman vino, o caminan en círculos o hasta vuelven a enamorarse, los actores confiesan sus experienci­as antes indecibles y con ello intentan reconcilia­rse, quizá despedirse,

_ de su maltrecha humanidad. Parecen habitantes de otra dimensión y, sin embargo, y al compás de los dictados de Mario González Suárez, son capaces de atisbar el amor, la errancia, el egoísmo, la compasión, el infortunio, la muerte, el gusto por las aceitunas en escabeche.

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