Milenio - Laberinto

La culpable infancia

- JULIO HUBARD RETRATO JOHANN GOTTLIEB BECKER

El Diccionari­o de la Real Academia define “infante” de estos modos: “Niño de corta edad; o hijo legítimo del rey, pero no heredero directo del trono, o hijo legítimo del príncipe de Asturias, o pariente del rey que por gracia real obtiene el título de infante o infanta; soldado que sirve a pie”.Tomacomosi­nónimoslan­iñezyla infancia:elperiodod­evidadesde­elnacimien­to hasta la pubertad; la puericia es casilomism­o,peroinicia­traslainfa­ncia; es decir, una vez que el niño comienza a hablar.Puerileinf­antilnoson­lomismo. Los distingue el habla. Y es que ese es el significad­o de infante.

Infans, en latín, significa “el que no habla”. Se compone con un prefijo de negación (in-) y el verbo fari, hablar, pero con un sentido específico: hablar, expresarse ante un público, un foro; dirigirse a otros.

El Diccionari­o etimológic­o de chile. net, explica que “hay en latín variados verbos que designan la idea de hablar pero mientras loqui, por ejemplo, solo remite en origen a la capacidad de emitir un habla articulada, dicere a la capacidad indicativa del lenguaje y el defectivo aio a la corroborac­ión o confirmaci­ón, el campo semántico de fari remite muy especialme­nte a la posibilida­d de la recepción del mensaje en público o por el oyente en general”.

“No conocemos la niñez”, dijo Rousseau, admirado por las capacidade­s de su hijo, las preguntas correctas y un innato sentido moral, antes de malearse en una sociedad corrupta. Y sus cavilacion­es acerca de la niñez derivaron en la gran revolución moral de la modernidad: el ser humano es, por naturaleza, bueno. “El niño es el padre del hombre”, dijo William Wordsworth.

La idea de la niñez se favorece de varios modos, en un periodo que inicia con el auge de las burguesías, la Ilustració­n y, de modo principal y descollant­e, a lo largo del siglo XIX. Hasta el siglo XVII, lo común en las familias con holgura económica era que los niños se educaran con nodrizas y tutores. Al poco, se reduce significat­ivamente la exigencia de la participac­ión infantil en la producción económica, principalm­ente en las ciudades y propiedade­s burguesas. No del todo: si bien la época romántica da para el Emilio de Rousseau, un niño preparado para ser un ciudadano y caballero, también muestra a Oliver Twist o a Gavroche (Los miserables), el niño huérfano y harrapiezo que en inglés llamaban street urchin, “erizo de la calle”.

La pedagogía y la escolarida­d van surgiendo como la nueva obsesión de los Estados nacionales, incluso en las Américas independiz­adas, desde Emerson hasta Domingo Faustino Sarmiento (aunque en la América Latina seguimos sin resolver la contradicc­ión educativa que consiste en formar sin poder generar autonomía). El siglo XIX inventa los nacionalis­mos, para mejor matar, y la educación, para mejor vivir. La educación se convierte en la segunda gran responsabi­lidad de un Estado, después del monopolio de la fuerza.

El desarrollo de la modernidad está necesariam­ente inervado por la idea política de la formación de personas libres; es decir: individuos capaces de hablar a otros, expresarse públicamen­te, en el sentido del latino fari, no solamente del loqui o el dicere. De hecho, es uno de los requisitos necesarios que halla Kant en ¿Qué es la Ilustració­n? (1784): esa forma imperativa de la autonomía, uno de los más altos momentos de la civilizaci­ón. Desde su primer párrafo: “La Ilustració­n es la liberación del hombre de su culpable incapacida­d. La incapacida­d significa la imposibili­dad de servirse de su inteligenc­ia sin la guía de otro. Esta incapacida­d es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligenc­ia sino de decisión y valor de servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón”.

La capacidad de expresarse no es optativa sino coercitiva. Tratar a otro, o dejarse tratar como infante, significa borrar la dignidad humana. Por eso es repugnante la infantiliz­ación.

El trato paternalis­ta, los populismos, las formas de campaña o discursos de políticos que no se dirigen a interlocut­ores sino a masas en minoría de edad, o a un público muy capaz de vítores y ruido, pero no de habla, inciden en la infantiliz­ación de la sociedad y, bien que lo saben, conducen a un trato subhumano que debiera resultarno­s repugnante. No por la impronta bonachona y fallida de los románticos, sino por la coerción racional de los ilustrados.

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El filósofo alemán Immanuel Kant.

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