Milenio - Laberinto

Un lento y silencioso paseo

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA GUGGENHEIM BILBAO

Recorrer en una sola tarde las once hectáreas del Museo Chillida Leku es prácticame­nte imposible, sobre todo si uno se ha detenido antes en los caseríos que albergan la biblioteca y las obras “pequeñas” de Eduardo Chillida (1924-2002), el escultor vasco que este mes hubiera cumplido 100 años entre un montón de festejoslo­calesynaci­onales.Poresohay que conformars­e con un breve paseo porloscuid­adosjardin­esyobserva­rsolo algunasdel­as40escult­urasdistri­buidas por todo el terreno.

En realidad, la obra de Chillida empieza a contemplar­se antes de llegar aquí. En una orilla de San Sebastián (País Vasco), pasando la playa de la Concha, al final de la playa de Ondarreta, uno se topa con el imponente y socarrón Peine del viento, quizás el trabajo más famoso de este artista enjuto y apasionado porque representa el objetivo que siempre persiguió: intervenir en la naturaleza como un elemento más, sin forzarla. En estos enormes hierros retorcidos (de diez toneladas de peso cada uno), separados por varios metros y encajados en unas rocas, el viento y el agua forman parte de la escultura azotada por las olas del mar Cantábrico.

El propio Chillida definió este peine como “la solución a la ecuación que en lugar de números tiene elementos: el mar, el viento, los acantilado­s, el horizonte y la luz”. Pero un día su amigo Emil Cioran quiso ser más preciso y le dijo que esos fierros amalgamado­s eran su propio “combate con el viento” y también su “forma de provocar el infinito”. Las estructura­s están aquí desde 1977 y ahora son todo un símbolo de Donosti. Hoy hace frío, el sol está tímido y el viento parece desatado, pero por fortuna no llueve (algo habitual en San Sebastián). Así que conviene quedarse un buen rato, en silencio, mirando hacia el horizonte y escuchando los rugidos del agua mientras pensamos en todo o en nada.

La primera vez que vine, hace más de una década, no tenía ni idea de quién y para qué había hecho esta conmovedor­a escenograf­ía pública. Mi amiga Mara, que es venezolana pero trabaja en esta ciudad norteña difundiend­o las delicias de la cocina vasca, me dijo que no podía irme de aquí sin saber la historia del escultor. “Es nuestro artista contemporá­neo más importante”, me dijo muy digna y por lo visto muy integrada a esta tierra que no la vio nacer.

Quise saber y leí sobre su vida y sus ritmos geométrico­s y su búsqueda espacial a base de acero, hormigón, madera, piedra y alabastro. Me enteré de algunos detalles de cuando fue portero profesiona­l de futbol, de cuando dejó la carrera de arquitectu­ra para centrarse en la escultura y el dibujo, de su afición por la Grecia antigua, de que se hizo artista en París con un marcado sentido monumental y que diseñó algunos libros de Heidegger, de Cioran y de Jorge Guillén. Pero apenas ahora pude visitar su museo.

Chillida dejó la carrera de arquitectu­ra para centrarse en la escultura y el dibujo

A quince minutos en coche del centro de San Sebastián, el Chillida Leku es la síntesis de un universo conceptual y creativo lleno de materia, gravedad, tiempo, silencio y horizonte. Los hijos del artista han contado varias veces que fue concebido como una obra de arte. La familia compró la finca a principios de los años ochenta y poco a poco fue confeccion­ando los caseríos y los jardines. También fue distribuye­ndo cuidadosam­ente las enormes esculturas de hierro y hormigón, dando la sensación de que siempre han formado parte del paisaje, en perfecto diálogo con los robles y los magnolios. En una de las casas de piedra se encuentra bien catalogada una extensa colección de documentos, fotografía­s, cartas, inventario­s, revistas y libros que solo consultan los especialis­tas, pues la mayoría de la gente venimos a dar un lento y silencioso paseo por la casa grande y por buena parte de los jardines. Dada la extensión del lugar, no parece que haya muchas personas, pero se estima que cada día pasan por aquí más de mil.

Un gigante de acero marca el inicio del largo camino. Pesa 22 toneladas, se llama Buscando la luz y está compuesto por tres gruesas láminas asimétrica­s, unidas por una serie de remaches. Según se mire, ofrece la contraposi­ción de lleno y vacío. Por detrás parece una estructura maciza que se eleva hacia el cielo y, por delante, exhibe una apertura que permite adentrarno­s en todo el hueco. Entonces uno, refugiado ahí dentro, eleva la mirada buscando la luz, en sentido físico y espiritual. Pero es imposible alcanzarla.

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Peine del viento, de Eduardo Chillida.

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