Milenio - Laberinto

Alta traición

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA IMCINE

No es necesario un pretexto para recordar al poeta que escribió lo que yo sentía de niño los lunes por la mañana: “No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ y tres o cuatro ríos”. En esa ciudad monstruosa, muchos años después quise entrar a un seminario que daba Vicente Leñero en la Sogem. Cuando él me entrevistó solté, inconscien­te, que Mariana, Mariana, su adaptación de Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco (disponible en Filminlati­no), me había decepciona­do. El maestro me miró. Yo estaba seguro de que no me aceptaría, pero preguntó: ¿por qué? Convencido de que estaba haciendo el ridículo le dije lo que pensaba. Y Leñero me aceptó e incluso se volvió mi amigo, según escribe en su libro de memorias Mucho más gente así. Y es que, en efecto, la elección de Elizabeth Aguilar para el papel de Mariana es desafortun­ada y la secuencia climática llega con innecesari­a rapidez. Sustrae romance a la que es probableme­nte la más grande historia de amor en la literatura mexicana.

Las batallas en el desierto es amplia y profunda como la pasión de ese niño que desea a una mujer tocada por la belleza y la corrupción de nuestro país. En la película, Leñero introduce la “nostalgia por ese horror” (una frase de Las batallas… que me acecha como el poema “Alta traición”) recurriend­o al terremoto que en 1985 destruyó nuestra ciudad. Adaptar a Pacheco es un reto que ni siquiera él alcanzó. Trató de llevar a la pantalla El principio del placer, pero todo se quedó en un cortometra­je que no ha visto la luz. Hace un año, cuando escribí en este espacio sobre la muerte de José Emilio Pacheco, referí a un texto en que el crítico Gustavo García dice que para el poeta el cine era tan importante que se negaba a tratar de “arrodillar­lo frente a una novela”. El guion es arte en sí mismo, decía Pacheco. Y decía bien. Tanto así que estoy de acuerdo con Gustavo García: si la moral políticame­nte reinante en el México de la década de 1970 hubiese permitido a Pacheco decir todo lo que pensaba en tanto poeta y guionista México hubiese conseguido lo que Alemania con la UFA, cuando Fritz Lang produjo Metrópolis y Von Sternberg El ángel azul. O Francia cuando el gobierno patrocinó La pasión de Juana de Arco. Esta es la alta traición, no la del niño que bosteza en una ceremonia que se repite, desangelad­a, todos los lunes, sino la de un Estado que censuró a artistas como Pacheco. Aun así, el poeta brilla contenido y transgreso­r en la que es, a mi parecer, su mejor historia escrita directamen­te para el cine, La pasión según Berenice, que dirigió Jaime Humberto Hermosillo en 1976 (disponible también en Filminlati­no). Pacheco quería al cine tanto como a sus personajes, como El torturador, quien solo ama el cine y el box. Y es que, decía el poeta, el cine nos enseñó a fumar y a besar. Además, prefería el western, “por la hermosura del tren”. Es cierto que Salomón Laiter trató de adaptar a Pacheco y que él mismo adaptó a Vargas Llosa en Los cachorros de Jorge Fons, pero sobre todo hizo mucho por nuestro arte en la que puede llamarse La Era de Ripstein. Con él escribió El castillo

_ de la pureza, El Santo Oficio, Foxtrot, Lecumberri y la que, dirán todos, es la mejor: El lugar sin límites. Pero mi preferida es Mariana, Mariana pues tiene aquel aire de nostalgia y horror.

José Emilio Pacheco decía que el cine nos enseñó a fumar y a besar. Además, prefería el western

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Mariana, Mariana. Dirección: Alberto Isaac. México, 1987.

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