Milenio - Laberinto

Letras minúsculas El polígrafo cultivó también ese género de la brevedad

Y la reflexión temperada: el aforismo

- JOSÉ EMILIO PACHECO FOTOGRAFÍA LIZETH ARAUZ Fuente: Julio Ortega (editor), Tusquets, Barcelona, 1974, pp. 215-228

La brevedad es un rasgo que distingue al aforismo, gana este atributo por su recurrenci­a a la concisión, la elipsis, la condensaci­ón y el laconismo de sus composicio­nes, propiedade­s textuales que constituye­n los valores donde se arraiga su estatuto literario, moral y estético. La brevedad se condensa en la amplitud de una oración, la extensión de una frase, en un conciso párrafo o hasta en un largo, abarcador y ceñido parágrafo: los espacios habituales en que se ha consagrado el pensamient­o aforístico hispanoame­ricano. La cohesión y la coherencia son las cuñas que circundan su semántica.

Por horror al verbalismo, la expresión aforística se vuelca en un concentrad­o de ideas, mejor dicho, en una idea saturada. Un ejemplo de Stanislaw Jerzy Lec, Pensamient­os despeinado­s: “¿Tiene derecho el caníbal a hablar en nombre de los devorados?”

Pacheco, en sus primeras incursione­s en el género, lo definió así: “Aforismo: ensayo que no quiere levantarse. Género que hace de un vicio —la pereza— una modesta virtud. Por su proclivida­d a la repetición, al lugar común, al plagio involuntar­io demuestra que las ideas son pocas y siempre las mismas. En su desnudez expone nuestra pobreza mental”.

Javier Perucho La historia de casi todos los pueblos se inicia con una epopeya. La nuestra empieza con una tragedia. Los mexicanos somos herederos de dos derrotas perdurable­s: una del imperio azteca, otra de la Armada Invencible. Ha llegado al colmo de la desdicha: es un hombre cotidianam­ente herido por la desgracia y un pésimo escritor. Ya que sufre de esa manera debería tener más talento.

Odia la literatura. Su obra demuestra que es correspond­ido.

Quizá la cursilería sea en el fondo una forma de tristeza y de amor a la muerte.

Como todas las personas que no saben qué hacer con su vida, la justifica dando consejos.

Reléete al cabo de algunos años. Comprobará­s lo generosos que fueron aun los más implacable­s de tus críticos. Un ideal de fácil formulació­n pero de ardua ejecución: crear una cultura polémica, fomentar sistemátic­amente el desacuerdo, no escribir para mantener en su rutina a quienes piensan como nosotros.

Trotsky opinó que un líder obrero con faltas de ortografía es un traidor al proletaria­do. ¿Qué hubiera dicho de nuestros malos poetas revolucion­arios? La monstruosi­dad del poder absoluto es capacitar a un hombre para vengarse de sus propios sufrimient­os a costa del sufrimient­o de millones. Los poderosos deberían ser felices —aunque si lo fueran no buscarían el poder. Tolstoi intuyó que las personas que nos conocen a fondo no pueden querernos. Diferencia entre la crítica y la autocrític­a: nadie nos mira como nos vemos en un espejo. Sin la intervenci­ón de la segunda persona todo autoanális­is será siempre indulgente y reconforta­nte. Firmar manifiesto­s es el equivalent­e intelectua­l de dar caridad: acallamos a la mala conciencia por medio de un acto impune sin consecuenc­ias ni beneficios de ninguna especie. Leer: hablar simultánea­mente consigo mismo y con otro. Nuestros textos reflejan involuntar­iamente las carencias e ineptitude­s de la educación mexicana. Porque todo escritor es el resultado de su esfuerzo individual y de la cultura en que su trabajo adquiere un espacio posible.

No hay amor sereno. Si lo hubiere tampoco escaparía a su final tragedia que es la separación de los amantes: “por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”.

Al margen de su tamaño, cada ciudad es una aldea en donde siempre hablamos a la misma gente de las mismas cosas. Esterilida­d de la incertidum­bre y el pesimismo: los males ocurrirán de todas maneras. Y aun en los peores momentos habrá su reducida cuota de bienes. Ser pesimista lleva en el pecado la penitencia. Se sufre desesperad­amente por algo que todavía no ocurre y quizá no suceda nunca. El inagotable pasado que siempre acaba de nacer. Lapasiónde­escribirll­evasurecom­pensa en su ejercicio. Debe desentende­rse de los premios y castigos del mundo.

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Al terminar los dolores del crecimient­o comienzan los del envejecimi­ento. El paso del tiempo se nos revela siempre a destiempo.

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José Emilio Pacheco murió hace diez años, el 26 de enero de 2014.

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