Con este rescate a dos voces, celebramos los 60 años del poeta cuyo retiro de las letras continúa siendo un misterio Samuel Noyola: poesía que no desaparece
En 2019 la UANL me propuso realizar una antología temática sobre la poesía de Samuel Noyola. Estaba por salir mi libro La decisión espiritual de elegir el camino incorrecto (un libro de poemas-homenaje a Samuel) y a los editores les pareció buena idea porque Netflix lanzaría pronto una serie basada en la historia de Noyola, dirigida por Diego Enrique Osorno. InvitéalpoetaEduardoZambranoynos pusimos a trabajar. El libro fue publicado junto con el mío, en 2020. Lo titulamos El reino de los sentidos e incluía la última entrevista que se conoce y una curiosa fotografía que nos tomamos en 2005. El documental y ambos libros se presentarían en todas las preparatorias y facultades de la Universidad, pero al poco tiempo los editores decidieron retirar la antología de circulación. Los pocos ejemplares que habían empezado a circular desaparecieron a petición de las hermanas de Samuel. Hoy, a manera de homenaje por su 60 aniversario, rescatamos algo de aquel proyecto porque vemos a Samuel y lo recordamos como nuestro amigo entrañable y admirado poeta, aquel que, entre otras cosas, rechazó la opción de la normalidad.
AAP
Vértigo cantado (por otros dos) A)
Los verdaderos poetas son de repente: Nacen y desnacen en cuatro líneas Gonzalo Rojas Conocí a Samuel Noyola en la Casa de la CulturadeMonterrey,allápor1982,bajoel auspicio del INBA, en el taller de creación literaria Pedro Garfias, que Ignacio Betancourt condujo con entusiasmo y tino.
En una fotografía publicada por El Porvenir son evidentes los 18 años de Samuel, con ese gesto de aburrimiento y arrogancia que solo en la juventud es permitido. Gran parte de los poemas de su primer libro, Nadar sabe mi llama (SEP, 1985), fue leída en ese taller.
Recién desempacado de la Revolución sandinista en Nicaragua, abrevando de un país que destaca por sus odres poéticos, resultaba imposible no quedar encandilado por sus versos. Si todos los poetas son como Noyola, pensé, ¿qué demonios hago aquí? Afortunadamente, no todos los poetas son como él. Entonces me sentí con la oportunidad de conversar y escucharlo. ¿Qué estás leyendo? A Gonzalo Rojas, me dijo. Era cuatro años menor que yo, pero había leído como cuatro veces más.
Anécdotas hay muchas. Me quedo con aquella cuando fuimos publicados en la revista Vuelta ( julio de 1984), en uno de esos juegos que Gabriel Zaid o Ulalume González de León se inventaban en “La vida (a)leve”. “Las 200 letras” invitaba a hacer una décima, que cumpliera no solo con los pormenores del formato, sino que fuera compuesta por 200 letras. Samuel lo dijo así: Hizo un soneto muy nítido Gabriel Zaid y quiere un lector terco (de lúcido) para decimar (cual hiere orgullo del contador) doscientas letras. En eso voy cuando de flirteador peco: sílaba que beso.
Paro. Sumemos las cuentas, y verás que son doscientas. Después de esa publicación, a Samuel Noyola se le metió en la cabeza ir a la Ciudad de México para conocer a Octavio Paz. Ya sabemos que lo logró. El rigor del examen fue algo que pocos sabemos, pero Sam estaba ya participando en otras ligas, en otros vuelos. En agosto de 1987 publicó en la revista Vuelta su conocido poema de largo aliento: “Arcano cero”, y en 1993 apareció su segundo libro, Tequila con calavera, en el sello editorial de la revista.
Diez años después aparecería su tercer y último poemario: Paloma negra productions (Conarte/ Mantis editores, 2003), cuyo editor fue Armando Alanís Pulido.
En fin, creo que ya es tiempo de salirme de cuestiones anecdóticas y entrar en la esencia de este homenaje, una franca invitación a leerle o volver a leerlo. ¿Pero por qué Samuel Noyola es un gran poeta? No me toca a mí responder esto, mejor lo hace Ezra Pound en El arte y la poesía. Palabras más, palabras menos, un poema es un discurso emotivo, llevado por un ritmo, potenciado por metáforas e imágenes, encapsulado en un lenguaje que no aspira sino a lo estrictamente necesario. Samuel Noyola, a diferencia de otros poetas, cumple cabalmente con esos cuatro criterios, sobradamente añadiría. Poemas de largo aliento o poemas cortos, como puñetazos, mi amigo lo hizo bien y con gracia, quiero decir: con genio.
La palabra “genio” es una connotación que incomoda a algunos escritores, porque se tiene que trabajar (esforzarse) para encontrarlo, lo cual es loable. Hay otros, como Samuel Noyola, en los que el genio estaba con ellos. Así de simple.
Igual todo esto es una exageración y su poesía no necesita elogios sino lectura.
De hecho, se ha hablado ya lo suficiente de su vida. Es hora de volver a su obra. Como un merecido homenaje, en 2011, bajo el auspicio de Conarte y El Tucán de Virginia, apareció Poesía reunida. Años más tarde, se publicó una sensible memoria y selección de sus poemas a cargo de Edith Noyola, su hermana (Arcano Cero/ El Tucán de Virginia, 2021).
Alguna vez, Armando Alanís Pulido y yo visualizamos una antología temática de la obra de Samuel. Entrevimos algunos ejes como el oficio, la ciudad, la mujer y el amor, la nostalgia, y sus tres poemas de aliento largo que cobijaron cada publicación. Por distintas razones, este proyecto editorial no trascendió, pero igual lo tenemos en mente ahora que el poeta cumple 60 años.
Por ahora no hay más qué decir, solo agradecer a Samuel Noyola su poesía. Dejo en su cumpleaños, como reconocimiento, estos versos:
Desaparecer en la luz
y con la luz para entrar al hoyo negro
del mito y la poesía. Desaparecer en el tiempo pero ser el pasado y el futuro del presente eterno de
la página en los ojos del lector. Desaparecer es una
palabra que no ha podido
desaparecerte, lo más probable es
que antes de nacer amistaste con los dioses. Seguro por eso aún estás aquí puliendo hasta la locura unos versos, y esa será tu presencia, tu gracia.
EZ
B) SN–Samuel Noyola
Pensé realizar este trabajo junto a Eduardo Zambrano no porque hemos hablado demasiado de las leyendas urbanas y anécdotas que tuvimos con nuestro amigo Samuel Noyola, sino porque hemos conversado muchas veces sobre su obra. Por increíble que parezca, encuentro muchas coincidencias entre Samuel y Eduardo, pero quiero destacar una que acá entré nos
facilitaría este hermoso encargo: la disciplina. En Zambrano es natural, puntual en la brevedad y justa en su poética. En Noyola la entiendo en el sentido del atrevimiento riguroso de mezclar las formas clásicas y el verso libre.
Conocí a Samuel en 1989, cuando asistió a una lectura que realizamos algunos jóvenes poetas en algún lugar del Barrio Antiguo en Monterrey. Al final me abordó y me invitó a tomar unas cervezas en el Bar Galaxia. Pagué la cuenta y algunas deudas del poeta contraídas con anterioridad. Samuel me defendió de unos mariachis borrachos que me buscaron pleito con una capacidad de mediador y convencimiento increíbles. Yo era inocente, pero eso no importaba ante sus argumentos acompañados por versos de Rubén Bonifaz Nuño. Después de salvarme, prometió defenderme siempre y así lo hizo hasta que dejé de verlo en 2005.
Era cuatro o cinco años mayor que yo y lo acepté (para estar ad hoc con nuestro primer encuentro) como lo que era en toda su extensión: una galaxia.
Con los años y nuestra amistad reforzada llegó a decirme que yo era el único que le había abierto las puertas de mi corazón y de mi refrigerador. Disciplinadamente, llegaba a mi casa todos los martes, conversaba con una fotografía enmarcada que tengo de Octavio Paz y después leíamos poesía y corregíamos nuestros textos. Ahí tallereamos unos libros en conjunto, trabajamos Paloma negra productions, libro del que fui editor y logré incluir en una colección donde aparecieron quince poetas de Nuevo León. La colección se llamaba Árido Reino y la publicaron Mantis editores y Conarte.
Pero no se trata de indagar en su personalidad seductora. Noyola está desaparecido desde hace algunos años y nadie conoce su paradero. El mito se expande y también los críticos de sus logros. Por eso esta revisión obedece a que estoy convencido de que se le debe leer sin concesiones, y lo que percibo de su obra es el tumulto de su voz, que consiguió idealizar el goce de los sentidos y forjar un reino. Lamento la decisión espiritual que Samuel eligió para tomar algún camino incorrecto, pero creo que queda agradecer la amorosa rabia que le tuvo al mundo y que dejó concentrada en sus poemas. Samuel es de todos y de nadie, Samuel es su poesía. Eduardo y yo así lo entendemos y estamos convencidos de que sus poemas nunca van a desaparecer.
Doy (como tú decías, Sam) “un alto ladrido” en tu honor e intento describirte cantando este vértigo: Soy un soberbio tigre agradecido si muerdo algo es el abismo de los días. Soy un alquimista del alma enamorado y desesperado que
escribe versos de amor.
Soy un telescopio que apunta hacia
la verdad.
Soy el sueño de un amigo al que golpeo
en sueños. Soyelocuentecomomiexhibicionismo. Soy el coro de la tragedia que afina
mi garganta.
Soy, no sé si sea un exceso decir esto:
un exceso
Soy el que persigue a la lumbre. Yo loco, solitario exaltado, vagabundo
enloquecido
Combato una más de mis guerras. Yo arcano menor de la palabra,
tren fantasma, yo vértigo. Yo Samuel. No yo la circunstancia.
AAP Un rojo de semáforos late en mis sienes: la ciudad
En todo el mundo, no hay soledad como la de la gran ciudad.
Hellen Hayes Hablardelaciudadesdecirunamultitud.
Gente que es igual a nosotros pero no somos lo mismo.
El individuo en el tránsito de la ciudad es casi nadie.
Cuando el poeta enfrenta esa realidad se rebela y al mismo tiempo se revela: no soy nadie y sin embargo sigo siendo yo.
Samuel Noyola imprime su “yo” en medio de la urbe, solo, caminándola ensimismado.
Ceguera: la turbina del reactor
Memoria en llamas: sobre el amor y los recuerdos
Cuando uno se enamora, cuando uno quiere de golpe a algo o a alguien, se crea una historia que primero engloba a dos y después a todos. Los poemas amorosos de Samuel contienen esa sensación de cantar el vértigo (qué mejor definición para el amor que esa). La inspiración no fue para él un desafío, la llevaba puesta; y el amor, reciprocidad, conflicto siempre bienvenido, el amor fue siempre su coartada.
Coda fragante
Adiós, Samuel, dijiste Conuntiernoacentosalpicadodeironía. Yyomudomundanoquedéescuchando el vacío interminable e intermitente
del teléfono, la noche acústica y universal para la ciega orfandad de la oreja ya viuda de todo consuelo. Porqueantesdeabrirlamásfalsaexcusa a solo una hebra mortal en el salto
del trapecio alcancéadarmecuentaque,nilamuerte, con toda su elocuencia y la podrida
estela de su fama, le hubiera pronunciado a la vida un
adiós más hermoso, como este de aire silbido que me diste. Fue entonces que partí y allí alegre
y desamparado dispuesto a defender mi amargura aun en el más hosco destierro.
Tríptico de una épica: respirar la hondura
El grafiti encierra aunque marginal, asocial o como queramos llamarle,
una retorcida épica. Arturo Pérez-Reverte Los poemas de aliento largo llevan en su misma esencia una épica, esto es, una narrativa hasta cierto punto heroica que se abisma en lo sublime y con la resonancia de lo histórico (anecdótico) en la memoria.
Ya desde el siglo XIX, Walt Whitman hizo de este género un canto a sí mismo y su entorno más íntimo.
Noyola hace lo propio en “Nocturno a la Calzada Madero”. Es una especie de odisea que lo llevará de regreso a casa, atravesando Monterrey por esa avenida que se alarga por más de cinco kilómetros y que por cierto es la vía para llegar de mi casa a la de Armando.
“Arcano cero” es más bien un saldo de cuentas con la vida misma del poeta, su pasado, su presente, su futuro.
“Nómada”, su último poema de largo aliento, es la historia de un desterrado, un bárbaro que literalmente reconoce la pena de no tener un lugar donde echar raíces.