Milenio - Laberinto

El fantasma del amor

- ALONSO CUETO

EEn el cine de los años cincuenta y sesenta, la gente se enamoraba, sufría y se sentía realizada

n todas las películas candidatas al Oscar, mientras sobrellevá­bamos el día de los enamorados, nos damos cuenta de todo lo que ha cambiado. En todas ellas, incluyendo la melosa e insoportab­le Barbie y la pirotécnic­a e insolente Pobres criaturas, el amor como una emoción profunda queda de lado o es motivo de risa. Alguna vez el cine y la cultura enfatizaro­n el amor como un modelo que ordenaba las vidas, un altar al que había que hacer cualquier sacrificio. Hoy, en cambio, los protagonis­tas de las películas más exitosas son historias individual­es. El cine moderno, y la cultura de la que viene, es una exaltación de la soltería como valor supremo.

En el cine de los años cincuenta y sesenta, la gente se enamoraba, sufría y se sentía realizada existencia­lmente a través del amor. Buscaba sostener las relaciones de pareja y lo lograba, a costa de cualquier obstáculo. En Un affaire para recordar, Cary Grant no encuentra a Deborah Kerr en el Empire State Building pero finalmente una pintura los une. En la última línea, en su silla de ruedas, ella le dice: “Si tú puedes pintar, yo puedo caminar. Cualquier cosa puede ocurrir, ¿no crees?” Sí, esos personajes lo creían. Cualquier cosa puede ocurrir siempre y cuando haya una pareja involucrad­a. Los protagonis­tas de las películas de Truffaut, entre ellas Besos robados, Jules et Jim, y otras, se obsesionan con sus seres amados, al punto de perder la vida. Lo mismo puede decirse de Sin aliento de Godard, una oda al amor permanente, que termina con Jean-Paul Belmondo demasiado enamorado para huir.

Por entonces, se leían y comentaban libros como El arte de amar de Erich Fromm y Eros y civilizaci­ón de Marcuse. Hoy la idea misma de que el amor es un arte, como lo afirma Fromm, le parecería absurdo a la mayoría de los usuarios de las redes sociales, que ven en el Tinder una salvación a la soledad y, a veces, poco más.

El género romántico ha sido reemplazad­o por el de las comedias románticas. El amor es más bien un motivo de risa o de sonrisa.

El embrujo que había imaginado a Tristán e Isolda, el modelo que inspira Besos robados, suponía el de una serie de obstáculos que había que vencer. Los amantes estaban comprometi­dos pero valía la pena arriesgar la vida para abrazarlos. Estamos hablando, hace sesenta o setenta años, de una época de ideales sólidos. Hoy todo se parece más al amor líquido del que habla Bauman, es decir, un sentimient­o insustanci­al y licuado, que define relaciones cortas y rápidas. A propósito, el prestigios­o diario The New York Times acaba de proponer 36 preguntas que pueden “acelerar la intimidad”. ¡Vaya y pregunte a ver si se enamora!

En uno de los versículos de Corintios se habla de las virtudes de la “fe, esperanza y amor”.

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Un gran maestro me dijo alguna vez que sin las dos primeras la tercera es imposible. La fe es el instinto primordial. Por su falta, el amor que antes era ciego hoy mira en demasiadas direccione­s y en ninguna. Para comprobarl­o, vamos al cine.

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