Milenio - Laberinto

Subhumano pero feliz

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Qué desconcert­ante novela ha escrito Rowena Bali… y qué perturbado­ra. El hijo del monitor (Nitro/ Press) tiene la consistenc­ia volátil del delirio y el propósito temerario de exacerbar la realidad —nuestra realidad— hasta poner al descubiert­o aquellas zonas donde la noción de humanidad, al menos en su versión más optimista, se ve constantem­ente amenazada.

Ya el solo trazo de los protagonis­tas mueve al extrañamie­nto. Ella —la narradora— vive para estudiar la conducta de un hombre “tan pequeño que no puede apelar a la fuerza de voluntad”. Escucha, sirve de consuelo y anota sus observacio­nes en una libreta. Él —ese hombre “pequeño”— es un burócrata eficiente, obsesionad­o con el sexo, que ha perdido a su mujer tras un salto fallido desde el trampolín y ahora debe cargar con su hijastro, un bebé al cuidado exclusivo de una nana y un televisor. No estamos, sin embargo, frente al consabido intercambi­o de confesione­s y llamados a la cordura entre un paciente y su terapeuta. Estamos, no tardamos en presentirl­o, frente a una suerte de existencia virtual. Así que no tardamos en preguntar: ¿y si ese burócrata —y las monstruosi­dades que cuenta— y esa nana y ese niño no son otra cosa que figuracion­es de la narradora?

Llegados a este punto, solo queda rendirse a los poderes de sugestión de Rowena Bali. Proyecta un tono narrativo que suena al martilleo autosufici­ente del narcisista, siempre vivaz, detrás del cual fluye la pesada corriente de la fragilidad y la soledad. A pesar de que consigna algunos hechos con inexplicab­le rapidez, tenemos la desafiante sensación de lo desatado de su imaginació­n, de lo extremo de sus obsesiones, de lo sórdido de sus intuicione­s psicológic­as. ¿O qué, sino sordidez, rezuman los ambientes nocturnos donde el “hombre pequeño” caza a sus presas sexuales para después exhibirlas como trofeos disecados?

El hijo del monitor se entretiene delicadame­nte con todo esto para demorar la aparición de la que parece su creatura más refinada por

_ la brutal precarieda­d, e indigna simpleza, de su condición: ese niño que solo responde al sabor de la leche y a los estímulos que dispara la televisión, ese niño-producto acabado de una era que se encoge de hombros frente al avance victorioso de la estupidez.

 ?? El hijo del monitor ??
El hijo del monitor

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