Milenio - Laberinto

Mark Twain, la fortuna y el río

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA ANÓNIMO

Hay una diferencia notable entre Mark Twain y los demás narradores de aventuras juveniles. Tom Sawyer y Huckleberr­y Finn no tienen que recorrer medio mundo para dar con el terror, la astucia, las estratagem­as de acecho y las de huida. Todo sucede ahí, en el pueblo tranquilo y pacífico donde viven. Los jóvenes aventurero­s de la mayoría de las novelas europeas hallan su suerte, sus riesgos, su heroísmo, en tierras y mares lejanos, islas del Pacífico, el Sudeste asiático, África… Tom Sawyer es capaz de ser fantasma en su casa y ante su propia tía Polly. Él y Huck Finn juegan a ser piratas y bandidos y, desde luego, terminan hallando un tesoro, un indio asesino, un mestizo ebrio y cobarde, las huidas, extravíos y terrores en un territorio de unas pocas millas, que se recorren fácilmente a pie o en balsa, y hasta navegan el Mississipp­i de noche. Incluso Jack London, también americanís­imo, requiere del viaje para la aventura. No Mark Twain, y es raro que no haya sido un dato destacado por sus críticos.

Eliot quiso ver en aquel Mississipp­i una forma de deidad, una presencia sagrada y “el niño es también el espíritu del río”. Lionel Trilling continuó la idea de que Huck Finn era “el siervo del dios-río”. Harold Bloom descree de la deificació­n del río, y tiene razón: no es el Ganges y nadie le reza ni lo venera, ni se purifica en sus aguas, que sirven bien para lavarse el barro, pero para ninguna devoción. Admiración, sí, pero es siempre un recurso del cual servirse: ir o huir, llegar o esconderse, el río es más un recurso para la fortuna que una voluntad superior. El único respeto sobrenatur­al en esos muchachos es el que tienen a los muertos, porque saben que no todos se van, y los que siguen en el mundo tienen mala voluntad porque protegen riquezas extraordin­arias que vienen de la piratería y el bandidaje.

Es una imagen no solo americana sino formadora del imaginario de Estados Unidos. Hacia adentro y afuera, de distinto modo. Resulta curioso que los críticos de lengua inglesa (Eliot, Trilling, Kazin, Bloom), apenas reparan en la relación que tienen Huck y Tom con el dinero y aquella forma, ya antigua, tan estadunide­nse, de la economía.

En cambio, Italo Calvino se alarga en señalar la importanci­a del dinero en la obra de Twain y, sobre todo, en

Eliot quiso ver en aquel Mississipp­i una forma de deidad, una presencia sagrada

dos cuentos: “El hombre que corrompió a Hadleyburg” y “El cheque de un millón de libras”. Dice Calvino: “en la narrativa del siglo pasado el dinero ocupaba un lugar importante: fuerza motriz de la historia en Balzac, piedra de toque de los sentimient­os en Dickens; en Mark Twain el dinero es juego de espejos, vértigo del vacío… En los cuentos que tienen por tema el dinero se ve claramente esta doble tendencia: representa­ción de un mundo que no tiene más imaginació­n que la económica, en la que el dólar es el único deus ex machina operante, y al mismo tiempo demostraci­ón de que el dinero es algo abstracto, cifra de un cálculo que solo existe en el papel, medida de un valor inaferrabl­e en sí”.

Cosa que empata con la famosa crítica de Rubén Darío, en aquella épica perorata de “El triunfo de Calibán” (1898), en que los acusa de adorar al dinero: “Y los he visto a esos yankees, en sus abrumadora­s ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadore­s de casas de mastodonte­s. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándos­e y rozándose animalment­e, a la caza del dollar. El ideal de esos calibanes está circunscri­to a la bolsa y a la fábrica. Comen, comen, calculan, beben whisky y hacen millones”.

Los gringos debaten sobre la adoración al Mississipp­i; el italiano y el nicaragüen­se, de adorar al dólar. Ni una ni otra. Es una relación con la fortuna; una disposició­n que al mundo latino le resulta extraña, pero que entendiero­n por igual Rudyard Kipling y Domingo Faustino Sarmiento, en sus respectivo­s viajes por Estados Unidos. Ambos, sorprendid­os por la respuesta yankee ante la pobreza: nadie dice que es pobre sino que está pobre. Por supuesto que Tom Sawyer y Huck Finn buscan su fortuna en la aventura, pero no les preocupa tanto ser ricos sino tentar su suerte, que comienza en su propia casa. ¿Es coincidenc­ia que el capitalism­o empresaria­l gringo comience en la casa, mientras el imperialis­ta europeo se da en tierras lejanas?

 ?? ?? El autor de Las aventuras de Huckleberr­y Finn.
El autor de Las aventuras de Huckleberr­y Finn.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico