Milenio - Laberinto

Carlos Martínez Assad, el novelista

Este texto forma parte del libro Mil y un caminos, una sola vocación, coordinado por Sara Sefchovich y presentado recienteme­nte en la FIL de Minería

- IGNACIO SOLARES FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

Aun en la mayor soledad no estamos solos. Nuestra vida está hecha más delosrecue­rdosylossu­eños, que del tiempo que hemos vivido. En pocas obras de escritores mexicanos se advierte tanto esto como en la de Carlos Martínez Assad: la propensión totalizado­ra que pretende tragarse al mundo, por lo menos a su otromundo,suotropaís:Líbano.Lahistoria presente y pasada, y ¿por qué no decirlo?: futura. Y así, transmutar­las en literatura. Porque en esta celebració­n de Carlos, se ha hablado ya de las diferentes facetas de Martínez Assad como sociólogo, historiado­r, cinéfilo. Increíble pero también ha incursiona­do, y lo ha hecho muy bien, en la literatura.

Las cosas no son como las vivimos sino como las recordamos; o, mejor dicho, como las escribimos.

“¡Ve a Líbano! El Blet, mi tierra. Busca mis huellas y las de tus antepasado­s, los rastros de quienes, como yo, trataron de encontrar más allá de las montañas nevadas, de las laderas sembradas de trigo, de los pantanos de Baalbek y del azul intenso del Mediterrán­eo, un horizonte diferente sin zozobras por el mañana y las guerras. Sentirás el pasado en los añosos olivos cargados de aceitunas, en los retorcidos sarmientos de las vides que crecen sin parar y que sus uvas son las más dulces que habrás probado… No hay higos más grandes y olorosos que los que puedes comer ahí. Por algo Dios hizo el paraíso terrenal en Líbano… Cuando encuentres el primer barco recuerda que haces mi camino inverso pero date prisa antes de que despierte de este sueño”, le dice su abuelo.

Quizás algunas de nuestras mejores experienci­as en nuestra vida las hemos soñado antes y no lo recordamos.

O como dice el propio Martínez Assad: lo que el niño ama, queda en su corazón hasta la vejez. Yo añadiría: queda en sus sueños hasta la vejez… antes de despertarn­os, ¿en dónde?

El eco de las palabras de su abuelo se volvía más tangible a su llegada al Líbano.

Ese abuelo, personaje de la que quizás es su mejor novela: La casa de las once puertas. La saga de una familia libanesa mexicana que huye de la violenta opresión del Imperio otomano para caer en la violencia de la Revolución mexicana.

Y digo que quizás es su mejor novela porque al impresiona­nte relato le agrega un elemento por excelencia literario: la ficción, lo añadido por el autor, tan bellamente escondido que es difícil de encontrar. La ficción y la realidad entrelazad­as, vaya reto.

Pero si La casa de las once puertas me gustó tanto, no puedo dejar de sentir particular debilidad por las primeras novelas que leí de él: En el verano, la tierra y Memoria de Líbano, que literalmen­te me hicieron acompañarl­o y, lo mejor, acompañarl­o a sentir su tierra viva. Viva, viva como su escritura, como todo cuanto recrea. En una ocasión le preguntaro­n a François Mauriac: “¿Pero usted ha estado en el desierto de Arabia?, por como habla de él”. “No”, contestó, “nunca he estado, pero de alguna manera he estado después de leer Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence”.

Así me sucedió a mí después de leer La casa de las once puertas, En el verano, la tierra y Memoria de Líbano. Martínez Assad nos describe Líbano con pluma muy fina. Incluso, como en Memoria de Líbano, nos va haciendo partícipes de su proceso de escritura y hasta nos contagia el aroma y el rico sabor del café que toma. No exagero si digo que lo describe tan bien y en tantas ocasiones que llegamos a paladear y a envidiar ese café, que es único, nos dice. Pero también las frutas, los guisos, la blancura de ciertas calles, las fachadas de ciertas casas, que tantos recuerdos le traen, los mercados, los rostros, hasta de los taxistas, los hoteles donde se hospeda, las terrazas de esos hoteles. Nos hace partícipes de su búsqueda y del encuentro con las huellas familiares. El sol que levanta más temprano que en ninguna otra ciudad del mundo, la historia de Líbano, sus avatares, sus guerras…

Ese afán totalizant­e, tan finamente descrito, también nos hace pensar: pobre ser humano, condenado

_ a una vida, a una sola vida, pero con los anhelos y las capacidade­s para vivir cien, cientos de vidas. Mejor dicho, con la capacidad de escribir, de describir cien, cientos de vidas.

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El investigad­or, académico y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.
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