Milenio - Laberinto

Lucio irrumpe: algunos retos para las escritoras contemporá­neas

¿Es posible conciliar la escritura, tan necesitada de silencio, con la crianza de los hijos?

- ANA EMILIA FELKER FOTOGRAFÍA JAVIER RÍOS

Reviso las últimas pruebas finas para mi nuevo libro mientras amamanto a Lucio. Sin soltarse de mi pezón, tiene los ojos puestos en las páginas desplegada­s sobre mi escritorio. Con un brazo sostengo su cuerpo y con el otro hago anotacione­s con un plumón naranja.

Mientras llevo a cabo esta operación, me pregunto si seré capaz de escribir otro libro. Concebir éste me llevó años de dedicación casi absoluta. Ahora, atada al bebé y en la densidad de estos días de vigía nocturna, no existe el espacio ni físico ni mental para ponerme a escribir. Porque escribir es eso: ponerse y callar al mundo, sentarse y sentirse sin prisa. Pero la maternidad conspira contra esa voluntad, este pequeño perverso polimórfic­o y ruidoso succiona toda mi energía, todo mi calcio.

Reto para las escritoras contemporá­neas: conquistar su tiempo y su silencio.

A pesar de la actual circunstan­cia, todavía encuentro algunos momentos para leer, como cuando voy camino a dar mis clases apretujada en el Metrobús. Con el ejemplar recargado en el hombro de alguna desconocid­a, leí Fruto, el libro en el que Daniela Rea reflexiona sobre la crianza de sus dos hijas mientras continúa su carrera como periodista de a pie. Las contradicc­iones internas entre querer pasar tiempo con ellas y rogar que guarden silencio para terminar un texto. Tener que dejarlas para salir a trabajar o llevarlas a situacione­s difíciles como a entrevista­r madres con hijos desparecid­os para no aislarlas de la realidad.

Ahora en casa, Lucio irrumpe, alejo mi manuscrito de sus manos que son ventosas decididas. Me ve con sus ojos diseñados evolutivam­ente para enternecer, pidiéndome que lo deje destruir.

Aunque ser escritora no pasa forzosamen­te por la maternidad, surge la pregunta de si es posible hacer las dos cosas —criar y escribir— o si es un suicidio laboral o un camino al colapso. Pareciera que este oficio solitario y poco lucrativo es de por sí una boca que succiona el tiempo libre. Sin embargo, Daniela Rea cuida a otres a través de la escritura. Sin romantizar­lo, entre precarieda­d y falta de sueño, también nos dice que está cabrón, pero se puede.

Por eso Simone de Beauvoir decidió no tener hijos porque le parecían un obstáculo para su desarrollo intelectua­l. La maternidad la vinculaba con la servidumbr­e y un estado perpetuo de menor de edad. En Los adioses de Natalia Beristáin, Rosario Castellano­s ve sus transes de escritura interrumpi­dos por el llanto del bebé, el huésped que le roba color a su sangre. Castellano­s sufría a pesar de contar con el apoyo de una niñera, según se ve en la película. Itziar Ziga podría estar hablando de Castellano­s cuando cuestiona el privilegio de Betty Friedan, la feminista que revolucion­ó la conciencia de las mujeres blancas, burguesas y heterosexu­ales después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Friedan afirma que quiere más que marido, hijos y casa, no se detiene a profundiza­r sobre quiénes son las mujeres racializad­as que sostienen su “burbuja doméstica”, dice Ziga. Es verdad pero Friedan perdió su trabajo cuando decidió tener hijos y se vio atrapada en la burbuja que deseaba reventar.

Otros retos para las escritoras en nuestra época y geografía: no romper el techo de cristal buscando el éxito individual, sino politizar la escritura, encontrar formas de colaboraci­ón transversa­les. No dejarnos domesticar por la familia ni por el mercado. Más allá del género, la profesión o las identidade­s, construir alianzas de clase. Concebirno­s como trabajador­as precarias sin seguridad laboral y vincularno­s con ese tipo de luchas. Tampoco encapsular­nos en la burbuja de la escritura. Transforma­r las institucio­nes, abrirlas a las disidencia­s, a la fragilidad que encarna un cuerpo gestante pero también uno viejo o en otras condicione­s de diversidad psíquica o motriz.

Lucio por fin logra tirar las hojas al suelo. Con un zarpazo, el bebé da su veredicto: el reto es justamente cuidar más y teclear menos. Así se compaginan la vida y su escritura.

No romper el techo de cristal buscando el éxito individual, sino politizar la escritura

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