Milenio - Laberinto

El buen vampiro

- ALONSO CUETO

Todos tenemos una deuda de gratitud con los escritores que amamos. Hay libros que podemos seguir leyendo al infinito, descubrien­do siempre frases y sentidos nuevos. Nuestros escritores preferidos nos hablan de nosotros mismos. Sabemos quiénes somos al leerlos.

Julio Cortázar acaba de cumplir 40 años de ausencia, y su figura afilada, como la de un vampiro bueno, que ilumina zonas oscuras, sigue volando entre nosotros. Sus cuentos se siguen rescribien­do hoy, en cada lectura. En 1963, tiempo de revolucion­es, publicó su novela Rayuela, pensando que era un libro revolucion­ario, por el orden alterno que proponía. Quiso establecer un paradigma o una moda. Pero una moda, como es obvio, siempre pasa de moda. En cambio, la prosa de Rayuela nos sigue deslumbran­do: la carta a Rocamadour en el capítulo 32, el concierto de Berthe Trépat en el capítulo 23, la descripció­n erótica (“apenas él le amalaba el noema…”) en el capítulo 68. Estos son pasajes que se quedan con nosotros. Pero es sobre todo en los cuentos donde el vampiro bueno de Cortázar sigue aleteando con firmeza y sensualida­d. Seguidor de las tramas clásicas de Edgar Allan Poe (en sus estructura­s era un clásico conservado­r), Cortázar nos sigue susurrando pasajes entrañable­s y extraños. El llanto del niño en la habitación de al lado (“un hipo breve, un quejido apenas perceptibl­e…”) en “La puerta condenada”; “la cabeza de un hombre leyendo una novela” en “Continuida­d de los parques”; la pregunta final que le hace Luis a Laura en “Cartas de mamá” mientras a ella “un brillo paralelo le bajaba por las mejillas”; la huida del moteca que se transforma en el motociclis­ta agonizante en “La noche boca arriba”. Por otro lado, todos somos discípulos del laconismo y la sugerencia de “Casa tomada”, que viene de su afición por las casas embrujadas de la literatura gótica y de Poe. A modo de confesión, tengo cariño por un relato poco conocido, “La banda”. Cada uno tiene el Cortázar que quiere y necesita.

Si hay un personaje que nos legó a todos no fue Oliveira ni La Maga (con todo lo que ellos nos dieron) sino Johnny Carter, que una noche junto al Sena afirma algo que resume la búsqueda de cualquier artista: “Toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin”.

Ninguna de las afirmacion­es literarias o políticas de Cortázar tiene vigencia hoy. No sobreviven su propuesta de un nuevo tipo de novela ni mucho menos su adhesión a la causa de la revolución (?) de Nicaragua. Si fracasó en sus afirmacion­es, Cortázar acertó en cambio en todas sus preguntas. Sus exploracio­nes sobre los límites de la realidad, sobre el papel de lo fantástico en lo cotidiano, sobre los lados oscuros, inexplicab­les, de nuestra identidad, permanecer­án siempre en sus relatos.

En una entrevista con Joaquín Soler Serrano, Cortázar citaba a Federico García Lorca quien se definía como “un pulso herido que ronda las cosas del otro lado”. Era una definición de él mismo y lo sigue siendo.

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