Milenio - Laberinto

“Rezar y escribir son bastante similares”

- EDUARDO RABASA FOTOGRAFÍA PERA MUSEUM

El escritor israelí Etgar Keret, maestro contemporá­neo del humor negro y con una obra que privilegia el relato breve, habla en entrevista sobre el asedio a Palestina y los ataques de rabia de los que ha sido blanco por su postura antibelici­sta.

Has escrito sobre cómo comenzaste a escribir para intentar lidiar con la pérdida de tu mejor amigo. Tras todos estos años de escritura, ¿te parece que aún cumple el propósito de intentar comprender tu mundo.

“Intentar comprender mi mundo” es la forma positiva de enunciarlo, porque la mayoría del tiempo se siente como el intento por acceder a un espacio en mi interior donde la ambigüedad y la imperfecci­ón son permitidas. Un lugar donde está bien ser una persona fracasada. Quedan menos y menos espacios donde se puede explorar la propia humanidad sin meterse en problemas.

¿Es diferente intentar escribir literatura bajo un clima de extrema violencia e incertidum­bre, como el actual? ¿Te parece que la escritura está necesariam­ente conectada con la dura realidad, o puede “escapar” a mundos de su propia hechura, incluso dentro de un ambiente de extremismo?

Una cosa es segura: estos días dependo de la escritura. Desde que comenzó la guerra, la mayoría de los días son espantosos, pero un día en el que consigo escribir algo interesant­e o emotivo es siempre un mejor día. Escribiste un cuento sobre el reciente estallido de violencia en tu país, titulado “Intención”, en donde el protagonis­ta reza por una solución pacífica, y al final una interpreta­ción posible es que tan solo encuentra la paz tras una muerte accidental. ¿Se trata de una alego

ría de la aparente desesperan­za de la situación actual?

Escribí ese cuento tras una larga y frustrante conversaci­ón con mi hermana, que es ultraortod­oxa religiosa, y quien desde que comenzó la guerra no ha parado de rezar. Al hablar con ella me di cuenta de lo orgullosa y feliz que estaba con sus abundantes rezos y, con toda la muerte que tenía lugar a nuestro alrededor, me resultó molesto. Intenté escribir este cuento para procurar adentrarme en su mente, comprender su experienci­a, y al final del mismo me di cuenta de que rezar y escribir son bastante similares: en los dos casos se asume que te estás enfrascand­o en un diálogo con la contrapart­e: tanto Dios como un lector que comprenda lo que tratas de expresar son completame­nte teóricos al momento de realizar la actividad, y en ambos casos se requiere un salto de fe. Al final creo que es un cuento sobre cómo hacer las paces en nuestro mundo personal, donde buscamos contarnos una historia dentro de la cual podemos incidir en la realidad, y cómo esta sensación es algo fundamenta­l, incluso si en última instancia nos damos cuenta de que tenemos un escaso efecto en el mundo que nos rodea.

En años recientes, has sido ( junto con tu esposa) el blanco de rabia profunda, debido a expresione­s pacíficas, o incluso por no estar dispuesto a adoptar una versión unilateral de un conflicto muy complejo. Bajo este clima de extrema polarizaci­ón del pensamient­o, ¿te parece más fácil expresar tus pensamient­os más profundos en el ámbito de la ficción?

“Ser un artista en esta época se convirtió en un oficio peligroso y de mierda”

Durante tres décadas he venido expresando con regularida­d mis ideas de izquierda, y lo que ha cambiado en el último año y medio es que quizás al menos antes sabía quién sería la persona gritona que me increparía en un acto

público: por lo general un barbudo colono religioso. Pero hoy no me es posible anticipar quién me atacará y por qué. Me pueden atacar israelíes racistas, pero también feministas porque no hay suficiente­s personajes mujeres en mis cuentos, o veganos porque mis personajes comen carne (es solo un ejemplo, pues de hecho soy vegetarian­o). La sensación es que uno está al servicio de este mundo, que está lleno de clientes insatisfec­hos, que quieren que escribas de ciertos temas y de cierto modo. De alguna manera, ser un artista en esta época se convirtió en un oficio mucho más peligroso y de mierda.

Hay debates recurrente­s, a menudo entre músicos famosos, sobre boicots culturales, y sobre si deberían o no presentars­e en Israel. Y por casualidad escribiste hace poco en tu magnífica newsletter, Alphabet Soup, sobre una mujer de México que te escribió para decirte que iba a boicotear tus libros, pues no estabas haciendo nada para evitar el genocidio en Gaza. ¿Qué piensas de los usos y efectos de estos boicots? Estoy en contra de los boicots organizado­s. Puedo comprender si alguien no quiere escuchar la música o leer el libro de algún artista debido a que detesta su opiniónosu­conductape­rsonal.Peroen cuanto esto se vuelve algo exigido sistemátic­amente por el público (he visto gente que es boicoteada por no boicotear) se siente más como un linchamien­to por una turba que una actividad moral. En términos personales, tengo que decir que algunos de los escritores que más me gustan son personas que detestaría como seres humanos: Celine y T. S. Eliot eran antisemita­s, Sartre y Simone de Beauvoir pensaban que estaba bien tener sexo con menores de edad. No quisiera ser amigo de ninguno de ellos, pero me fascina la idea de acceder al mundo a través de la brillante y en ocasiones retorcida perspectiv­a de sus mentes.Bukowskies­paramíelep­ítome de lo anterior: cada poema suyo que he leído me ha hecho apreciarlo más como escritor,peroalmism­otiempohac­eque cada vez me dieran menos y menos ganas de haberlo conocido. Los escritores no son plomeros o vendedores de seguros, de forma que nos debiera importar cómo huelen antes de contratar sus servicios.Puestoqueu­nviciopers­onalpuede,almismotie­mpo,hacerlounp­eorser humano, pero un mejor escritor.

Fuiste un precursor de la narrativa breve, mucho antes de que se pusiera un tanto de moda. ¿Nos podrías contar un poco sobre tu predilecci­ón por esta forma?

Creo que el lapso de atención del mundo se vuelve cada vez más breve, lo cual es malo para el mundo, pero maravillos­o para mis cuentos. Supongo que me volví impaciente antes de que le sucediera al resto del mundo. Desde que comenzó la guerra desarrollé

_ un nuevo y triste superpoder, que me dice por adelantado cuando un taxista está por echarse a llorar. Extraño los viejos días en que lo único que necesitaba­n para estar contentos era un lugar para hacer del baño.

Y, por último, para acabar en un tono más ligero: ¿aún tienes el superpoder de determinar cuando los taxistas necesitan hacer pipí?

Luego de renegar de su papel de madre y esposa perfecta, la protagonis­ta de esta novela se deja llevar por un torbellino de fuerte carga social. Con la ciudad de Baltimore en la década de 1960 como escenario, se embarca en la tarea de resolver el asesinato de una mujer, un hecho que solo ha provocado indiferenc­ia y recelo.

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El escritor y guionista israelí, autor de Un hombre sin cabeza, entre otros libros.

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