Milenio - Laberinto

Alacranes y escorpione­s

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA UNAM

HEl mundo americano es interesant­ísimo para la relación entre las palabras y las cosas

ice limpieza entre mis herramient­as. Debajo de un bote de pintura salieron dos alacranes. Por más que uno sepa que en la Ciudad de México no son peligrosos (las dos especies son Vaejovis, y está disponible un buen librito en la página de Metro CDMX), el horror recorre las vértebras.

Recordé una feliz imagen de Lanza del Vasto, de su Judas: “el alacrán está muy bien escrito”. Fui a buscarla y la hallé, pero mi memoria había cambiado las cosas. La traducción de Aurora Bernárdez dice: “cuando Satanás hace la cuenta de todas las fealdades del mundo el resultado es una cantidad y los números de esa cantidad son los escorpione­s lúcidos y rechinante­s. Segura y soberbia es la mano de Satanás. ‘¡Qué bien escrito está el escorpión!, pensaba Judas” (Jus, Clásicos Cristianos, 1998).

Me di cuenta que mi memoria tradujo de nuevo: puso “alacrán” donde decía “escorpión”. En francés no se usa más que “escorpión”, pero en español contamos con este perfecto “alacrán”, un arabismo que le viene mucho mejor a lo que pudiera haber visto Judas. Un par de búsquedas en internet y pronto da uno con el “escorpión arábigo de cola gorda”. El nombre científico, Androctonu­s Crassicaud­a, significa “matador de hombres de cauda gruesa”. Pero vuelve a ser mal nombre, porque “escorpión” viene del latín, que viene del griego, casi sin variación: scorpíos. En cambio, en árabe, mucho más cercano, en tanto lengua semítica, al arameo de Judas es al‘aqráb, que a su vez proviene del árabe clásico ‘aqrab. Y Corominas apunta un dato significat­ivo: “ya en el S. XIII la vieja palabra romance escorpión necesitaba ser explicada en las obras alfonsinas”. Falta mucho para llegar, pero se antoja un mapa que distinga entre el uso latino y el árabe para un animal terrorífic­o y pequeñito, pero casi igual en el viejo y nuevo mundos. Todas las lenguas occidental­es tienen el solo referente grecolatin­o, excepto el español.

El mundo americano es interesant­ísimo para la filología y para la relación entre las palabras y las cosas. ¿Qué veía el español cuando decidió nombrar “piña” (palabra latina) a la ananá; o “plátano” (del griego) a la banana? Y de paso: las pináceas y el plátano son árboles, mientras que la ananá y el banano pueden ser descritos como “palmas”. Se abre un inmenso mundo de nombres y objetos, sumamente complejo, en el que se gana realidad conforme se pierde en precisión, con todo y que Gonzalo Fernández de Oviedo haya dejado un registro rico en muchas dimensione­s. El Sumario de la historia natural de las Indias fue primero un inventario de seres y enseres americanos, para dar noticia cierta a la Corona, pero ahora es, además, otras cosas; entre ellas, una formidable fuente de filología y un inventario adánico de objetos nunca antes vistos ni descritos —porque de hecho abundaban ya las descripcio­nes de seres nunca vistos: hipogrifos, dragones, pegasos, unicornios…

Y Fernández de Oviedo menciona al escorpión, pero nunca lo llama alacrán. No conozco mexicano que se refiera al bicho de otro modo que como “alacrán”. Tal cual lo dice Macario, en el cuento de Juan Rulfo: fue un alacrán lo que le picó una nalga a Felipa, porque ella se movió, y uno sabe que “cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno”.

Rulfo sí sabe, pero al traductor español de La perla de Steinbeck, se le poncha el relato cuando pone su traducción directa del inglés scorpion. ¡Alacrán, qué!

Dudo que Ercilla tuviera claro que el distingo es de vocablos, no de animales, y que por eso los junta. En la tenebrosís­ima cueva del hechicero Fitón (Canto XXIII de La Araucana): “No faltaban cabezas de escorpione­s/ y mortíferas sierpes enconadas,/ alacranes y colas de dragones/ y las piedras del águila preñadas”.

Pero en México, sobre todo en el Norte, diferencia­mos con perfecta precisión taxonómica entre los monstruos y las alimañas. Por ejemplo, José Vasconcelo­s cuenta de sus labores de niño: “en el trópico el desyerbe se hace a machete y cuesta sudor y aun encierra peligros por las víboras, los alacranes y escorpione­s que es frecuente encontrar entre las piedras y las cercas” (Ulises criollo). Notable fauna norteña que distingue entre alacrán y escorpión. Segurament­e reconocía al escorpión mexicano (Heloderma horridum) que, junto con el monstruo de Gila (Heloderma suspectum), fueron los únicos lagartos venenosos del mundo, hasta que se les vino a sumar el dragón de Comodo con la misma distinción.

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