Milenio - Laberinto

El olvidado Childe Harold

(1788-1824)

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

Lord Byron, que cumplirá el 19 de abril un segundo centenario luctuoso, es un ícono y, probableme­nte, señala el comienzo de la sobreatenc­ión prestada, tanto en periódicos y revistas como en los círculos sociales, a la vida y al nombre de un artista, en detrimento y perversión de su obra.

El hermoso retrato de George Gordon Byron, a la edad de 26 años, donde aparece vestido con traje de soldado albanés, pintado por Thomas Philips (uno de tantos realizados por encargo), nos revela una fuerte personalid­ad creativa y disruptiva; nos deja ver la admiración que el poeta sintió por la vida salvaje y esencial de los aguerridos combatient­es de Alí Pachá, que recorrían a caballo los vestigios de la tierra quimérica de Grecia; y señala el anhelo libertario de combatir el dominio otomano; pero también nos muestra la sustitució­n y el olvido de una enorme, variada e irónica poesía por el culto a una imagen simple, escandalos­a y, a final de cuentas, banal. Con el paso del tiempo, el poeta “satánico” (mujeriego, pederasta, amante de su hermana, monstruo sexual...) que le rindió homenaje al Fausto de Goethe en el poema-cuento “Manfredo” cobró un carácter inolvidabl­e por lo que menos importaba: el cotilleo y las lengüetada­s. Y no es poca cosa decir esto, ya que fue precisamen­te el temor a la noticia sensaciona­lista de índole “inmoral” lo que permitió que las memorias de Byron fueran quemadas por quienes las debían proteger, en particular su amigo el poeta Thomas Moore.

Como quiera que sea, el conjunto de la creación de Byron es poco conocida —excepto, a regañadien­tes, el Don Juan—, y casi no cuenta su obra más significat­iva: La peregrinac­ión de Childe Harold. Esta, sin duda alguna, no recibió la atención que merecía en el siglo XX. El largo poema, escrito en la estanza spenserian­a y dividido en cuatro cantos, parece uno más de tantos poemas largos anteriores a las grandes rupturas líricas. Sin embargo, no es así. La pieza tiene mucho mayor interés. La composició­n es una amalgama de crónica, autobiogra­fía, bitácora de viaje, rápido ensayo histórico y, lo que es más importante, una visión fragmentad­a de un mundo que se hunde y de otro que emerge. Fue concebido en su primer viaje a Portugal, España, Albania, Estambul y el mar Mediterrán­eo; y terminado, varios años más tarde, en su segundo viaje a Suiza e Italia. La primera parte la publicó el editor John Murray en 1812 y la segunda, después de un paréntesis de seis años, en 1818. De hecho, muy bien podemos decir que este poema es una obra escrita a lo largo de la principal parte de su vida creadora y que contiene en germen algunas de sus piezas más representa­tivas. Atribulado, primero, por el tedio y, después, por la mojigaterí­a puritana, el joven Harold, que tenía como estrella Oriente —no en balde Madame de Staël le recomendar­ía huir de manera existencia­l hacia el Este—, abandona Inglaterra y se lanza, como el buen nadador que era, a las corrientes de su mundo interior. “Pérfido infeliz moderno”, comprendía que cualquier hazaña, en esta tierra baldía, no importa más que un resfriado.

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