Milenio - Laberinto

Agravios nunca esperan

- DAVID TOSCANA

La mala literatura es condescend­iente con los supuestos valores que deben prevalecer. Por eso vende, por eso se escribe, por eso se olvida pronto. La buena literatura nos obliga a ver un reflejo de nosotros mismos, y a veces la imagen que nos regresa no es ideal.

Para mí, el ejemplo más distintivo es Crimen y castigo. He mencionado que no es lo mismo leer en la prensa “Estudiante asesina a prestamist­a y a su hermana”, que leer sobre este crimen de la mano de Dostoyevsk­i y compartir emocionalm­ente el gusto por el hacha que se hunde sobre la mollera de las dos mujeres, y cómo el estudiante puede huir del lugar de los hechos sin que lo atrapen.

En la vida cotidiana, la infidelida­d suele asociarse con una traición. Por eso estamos llenos de canciones de enamorados ardidos. En la novela solemos estar del lado de la persona infiel, sobre todo si se llama Ana o Ema. Y ciertament­e, en cualquier novela, buena o mala, un hombre sería dichoso estando lejos de una pareja que le llama “rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahuman­o, espectro del infierno, maldita sabandija, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida”.

En una cuerda floja racional y emocional nos pone Eurípides con Medea, la mujer que mata a sus dos hijos para vengarse de su rata de dos patas.

También resulta moralmente compleja la Orestíada, de Esquilo, en la que Agamenón sacrifica a su hija; Clitemnest­ra, su mujer, mata a Agamenón y a su nueva amante; Orestes, el hijo de ambos, mata a Clitemnest­ra. Es una historia de venganzas, y aunque nos dicen que la venganza no es buena, cada quien la puede degustar a su antojo.

Los linchamien­tos son terreno movedizo. En la prensa, después de este tipo de evento, ninguna persona seria escribe “qué bueno que los lincharon”. Si hay imágenes, son precedidas por una advertenci­a. El narrador de un noticiero nunca dice: “Bravo, túndanle más”. Hay que poner cara consternad­a, mientras los comentario­s se van por las ramas del tejido social, la falta de autoridad, el hartazgo de la gente, la atrocidad del crimen.

En cambio, en Fuenteovej­una la conciencia es libre. Sin mayor prurito, deseamos que linchen al comendador. Luego de ser ultrajada, Laurencia se dirige a los hombres del pueblo para azuzarlos a tomar la justicia por mano propia. Ante el titubeo de ellos, les llama “hilanderas, maricones, amujerados, cobardes”.

Por fin uno de ellos dice: “Ir a matarle sin orden. Juntad el pueblo a una voz; que todos están conformes en que los tiranos mueran”. Mas como la ira no es exclusiva de los hombres, las mujeres se suman. El comendador se ve rodeado y pide un diálogo. “Pueblo, esperad”, les dice. Pero el pueblo responde con una sabiduría que nuestro sistema de justicia no posee: “Agravios nunca esperan”.

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FUENTEOVEJ­UNA Una escena de la pieza teatral de Lope de Vega.

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