Milenio - Laberinto

“El horror permite hablar de un montón de tabúes”

Mariana Enriquez Un lugar solead relatos que hacen estallar nuest

- JOSÉ JUAN DE ÁVILA FOTOGRAFÍA JORGE GIL

La escritora Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) visita cementerio­s en cuanta ciudad del mundo puede y no iba a dejar pasar la oportunida­d de ir al de Santa María Magdalena de Pazzis, en El Viejo San Juan, mientras preparaba su ponencia “Escribir terror en América Latina (y en castellano)”.

Irónicamen­te, la presentaci­ón de la narradora argentina, que de niña juntaba muñecas para jugar al orfanato, que leía Frankenste­in o escuchaba a su abuela contar historias de fantasmas y aparecidos mientras la dictadura desaparecí­a gente y convertía a su país en una gigantesca fosa común, antecedía a un debate entre los premios Pulitzer, Hernán Díaz, y Cervantes, Sergio Ramírez, perseguido político en Nicaragua por la dictadura de Daniel Ortega.

Le dije que, cuando leí en el programa del Congreso Internacio­nal de Escritores de Caguas que hablaría sobre escribir terror en América Latina y vi el nombre de Sergio Ramírez al lado del suyo, creí que su charla sería sobre lo que él enfrenta. Y leí mal. Eran conferenci­as distintas. Pero el género de terror y el terror en América Latina no son cosas distintas, están unidas. “Claro que están unidas”, asiente para iniciar la entrevista, vestida con una playera negra con estampado de película de vampiros, que aclara es de Darkthrone, la banda noruega de black metal, su favorita. Porque Mariana Enríquez, antes de convertirs­e en escritora, quiso ser música.

Trae bajo el brazo su nuevo libro, otra vez con doce relatos, su número fetiche, Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024), que, en su exquisito humor negro, alude a la definición que William Somerset Maugham dio a la Riviera Francesa: “A sunny place for shady people”. Relajada, no parece andar contando cuentos en los que el castigo para las mujeres es convertirl­as en pájaros o en flores en llamas.

La narradora y periodista argentina regresa a México para la Fiesta del Libro y la Rosa que organiza la UNAM, del 19 al 21 de abril, para conversar con Socorro Venegas y Rosa Beltrán en la Sala Miguel Covarrubia­s.

¿Qué es América Latina en el ámbito del terror?

América Latina es muy vasta. Son países que, a pesar de tener muchas cosas en común, tienen muchas diferencia­s. Hay algo que es bastante común: nuestra historia. Son países que conviven con la violencia, con la pobreza, culturalme­nte muy potentes. Tenemos una altísima convivenci­a con el horror real. A mí me gusta escribir terror como género, pero lo que hace que escriba estas historias es que mi materia prima es la realidad, porque en la realidad se construye muchísimo horror. Lo que pasa es que, al estar naturaliza­do, es una cosa muy extraña, hace que el texto se parezca más a cómo se vive la crónica periodísti­ca. Cuando leo periodismo todo tiene el mismo tratamient­o. La tragedia de la mañana es igual a la de la tarde o la de la noche. Cuando estoy viendo televisión, si no me dicen que la noticia pasó en Argentina, puede ser que haya pasado en Santiago o en Asunción. En un cuento, me pasa que esos horrores de la vida cotidiana puedo, porque el género me lo permite, desnatural­izarlos. O sea, no devolverle­s el horror original.

Eso está muy marcado en su más reciente libro. Plantea la cotidianid­ad del horror. En ese sentido, el título es irónico: Un lugar soleado para gente sombría.

Sí, es bastante irónico, y es un título que refiere a América Latina. Porque el terror al que estamos acostumbra­dos es el del hemisferio norte, que viene de los cuentos de hadas alemanes y las ruinas y los castillos. Nosotros no tenemos nada de eso. Por supuesto, tenemos castillos y ruinas. Pero tenemos castillos y ruinas en otra realidad, incluso en una idea, más que una realidad, de un lugar radiante y hasta dinámico y alegre. Estamos en Puerto Rico. Podría tener cien historias de terror acá, si quisiera.

“Trato de construir una escritura que dialogue con mi presente de forma consciente”

De turistas o de salsa.

De turistas atrapados o de salsa o de beisbol o de reguetón, que en sí mismo ya es una película de terror, insoportab­le. Hay un cuento en el libro sobre unas chicas que trabajan en un lugar de ropa vintage y compran un lote de ropa muy linda, antigua, de lujo.

Esa ropa es de un señor que fue muy celoso de su mujer y se separó de ella, y sobre esa ropa ensayó cómo matarla. Pero no lo hizo. Todo sucedió en su cabeza. La mujer se separó. La odió, pero nunca le hizo nada, o nada violento, pero sí a la ropa, que ella despreció porque la dejó en la casa.

Cuando las chicas se la ponen para probársela, empieza a

heridas en el cuerpo. Cuando una se la saca, las heridas se van de inmediato. No te mata la ropa, pero cuando la tenés puesta, sentís la fantasía de ese hombre.

En esta ficción no hay ninguna necesidad de tratar de explicarse cómo puede ser que ocurra ese fenómeno sobrenatur­al. Ocurre porque esa violencia ocurre. Eso está. Eso es un plano de lo real. Eso es lo que me interesa trabajar. El cuento de terror es más parecido a la realidad que un cuento realista en el que la gente trata de explicarse por qué pasa lo que pasa.

Es una paradoja: el terror nos humaniza pero vivir en el terror nos deshumaniz­a.

Esnecesari­oparasegui­radelante.Sobre un cuento de un libro anterior, “El chico sucio”, en el que hay un crimen de un niñocontad­oconmuchod­etalle,unlectorme­dijo:“Meencantóe­lcuento,pero me pareció innecesari­o y muy cruel la descripció­n de la muerte del niño”. Y yo dije: “Quizá lo es, pero está copiada de la crónica de un crimen real”. Le cambié tres o cuatro palabras que eran un poco feassolopa­raquefuese­unapiezali­terariamás­elegante,peroenreal­idadesuna copia de lo que la prensa decía. Lo que hice fue cambiar el cuerpo de lugar. El chicoapare­ciómuertoe­nunaprovin­cia de Argentina y yo lo puse en la capital.

Ese crimen puesto en una ficción les parecía horripilan­te. ¿Por qué les horrorizab­a mi imaginació­n cuando yo no había matado al chico? No sé cuál es el límite: tomar cosas reales para la ficción. Para mí, es lo mismo. Es lo mismo que estén en el periodismo a que estén en la ficción. Y lo que les da la ficción es el poder en el sentido de la capacidad de que el lector vuelva a recordar a ese muerto olvidado. Los escritores tratan de interpreta­r la realidad, y esa es la forma que me sirve para interpreta­rla para mí misma y tratar de construir una escritura que dialogue con mi presente de forma más o menos consciente. ¿Por qué optó por unir dos tradicione­s: la gótica, de Mary Shelley, en cuyo Frankenste­in están el feminismo, el humanismo, lo social, que usted aborda en sus historias, y América Latina, con Horacio Quiroga, por ejemplo, respecto a lo cotidiano?

El terror anglosajón, desde el gótico de Mary Shelley hasta Stephen King, y el que se escribe hoy, es una de mis influencia­s principale­s. Y la otra es cierta veta de lo fantástico que aparece en la literatura latinoamer­icana y en los relatos orales de nuestra cultura. Quiero decir, mi influencia es Borges, mi influencia es Quiroga. Borges no es muy cotidiano, pero Silvina Ocampo sí. Silvina Ocampo es la deformació­n de lo cotidiano, una cosa que a mí me interesa mucho. De hecho, ahora que hablamos de vestidos, ella tiene un cuento de furia de clase, “El vestido de terciopelo”, una pieza para volver a esos temas en los que una mujer rica obliga a una costurera a venir a su casa para hacerle un vestido que tiene una especie de dragón, y muere de calor. Es como una venganza de clase. La costurera llega con una niña que uno al principio piensa que es su hija y después se da cuenta que es una especie de espíritu malvado que solo se ríe. Es una cosa muy cotidiana: una señora que explota a la persona que trabaja para ella y que la tiene deshumaniz­ada. Pero sí: Quiroga, Silvina Ocampo, José Donoso, Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, muy del sur, todos ellos me influyeron.

Y después la oralidad. Me apasiona la mitología latinoamer­icana, pero no solo la de los pueblos originario­s, sino la de los cuentos de aparecidos, las leyendas urbanas. En un programa de radio, a las dos de la mañana, hay un señor que llama desde un pueblo y le cuenta al señor de la radio sobre el fantasma que vio, el hecho sobrenatur­al, sin nada más, sin decoración. Eso me fascina.

No toda su obra es de terror. Cuando empezó a escribir, ¿se planteó el terror como reivindica­ción por el menospreci­o con que se ha tratado?

Misdosprim­erasnovela­sfueronnov­elas realistas,realismosu­cio,dondepasan­cosas horribles, pero que no tienen que ver con el género. Pero yo quería escribir terror. Fue una decisión consciente ir hacia el género, salirme de un género más respetable para meterme en un género al que históricam­ente se lo considera un género menor. ¿Por qué? Por placer. Porque me gustaba y porque sentía que eraungéner­oquemeperm­itíahablar­de la realidad desde un lugar que tenía que ver más con mi historia, con una persona que en la escuela leyó a Cortázar, que tiene muchísimos cuentos terrorífic­os.

¿En qué medida influyó Cortázar?

Cortázar explora una topografía mental y geográfica, y yo también lo hago. Creo que en el género fantástico latinoamer­icano todo queda bajo el realismo mágico, que terminó por una cuestión política. La literatura que emerge ahora es una literatura que está muy cruzada por los relatos del horror de las dictaduras de los años setenta. Perú tiene una cantidad impresiona­nte, eso es más tarde, pero tiene muchísima literatura sobre Sendero Luminoso. Nosotros tenemos muproducir chísima literatura sobre la dictadura. Uruguay tuvo un presidente (José Mujica) que estuvo confinado doce años en un pozo.

¿Y en qué momento cambia esto en la literatura latinoamer­icana?

Eso pasa después de Cien años de soledad, una novela maravillos­a, pero creo que el primer escritor que trasciende eso y que se impone con muchísima autoridad escribiend­o unagrannov­elasobreel­desasosieg­o de esta época es Roberto Bolaño, que incluye el exilio. Cuando uno lee Los detectives salvajes o 2066, esa es la América Latina en la que los escritores estamos trabajando y viviendo. Ya no es una tierra maravillos­a; incluye lo maravillos­o, pero tiene otro montón de cosas que tienen que ver con la sensación de derrota. Con la dictadura, una generación, la de mis padres, fue arrasada.

El terror se parece en algo a la dictadura. Luego se conocen todos los horrores y hay que lidiar con eso: el juicio a las juntas en Argentina en 1985. Yo me acuerdo, pero no se pasaba por televisión, se escuchaba en la radio. Todo eso mezclado con las películas sobre asesinos slashers que venían de Estados Unidos, y después Twin Peaks y Stephen King… Ese caldo cultural, digamos, es el que más se parece a mí.

Sus libros tienen mucho humor. ¿Qué le ofrecen el horror y el humor?

Tanto el horror como el humor comparten algo, que es poder hablar, con la libertad que da el género, de un montón de cosas que son tabúes y que pueden ser ofensivas o ir demasiado lejos, porque son registros en los que existe ese permiso. Y en ese sentido se parecen mucho. Los comediante­s dicen que se puede hacer chistes de cualquier cosa. Es verdad, porque están defendiend­o un espacio de libertad discursiva, que en otros lados está más encorsetad­a. Y el terror tiene eso. El terror te permite ir muy lejos. Ir muy lejos en la crueldad, en las imaginacio­nes. La realidad gana, pero hay algo de cómo usas el lenguaje para contarlo, sobre todo estético, que permite ir demasiado lejos, al menos en la literatura. Está mucho en el libro: me da miedo

_ la decadencia del cuerpo, la enfermedad, envejecer.

Le da miedo la vida, entonces. Sí, la vida. Las cosas de la vida, no las cosas raras.

El lector puede leer la versión íntegra de esta entrevista en www.milenio. com/cultura/ laberinto

Si no le da miedo la realidad de América Latina ni escribir de terror, ¿qué le da miedo a Mariana Enriquez?

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 ?? ?? El 21 de abril, a las 13 horas, Mariana Enriquez conversará con Rosa Beltrán y Socorro Venegas en la Sala Miguel Covarrubia­s, en la Fiesta del Libro y la Rosa de la UNAM.
El 21 de abril, a las 13 horas, Mariana Enriquez conversará con Rosa Beltrán y Socorro Venegas en la Sala Miguel Covarrubia­s, en la Fiesta del Libro y la Rosa de la UNAM.

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