Borrones político-culturales
La mañana del pasado viernes 26 de abril, los vecinos que suelen atravesar la plaza del pueblo de Alpedrete, en la madrileña sierra de Guadarrama, se dieron cuenta de que las placas con el nombre del lugar (Plaza Paco Rabal) y de la cercana Casa de Cultura (Asunción Balaguer) habían sido sustituidas sin previo aviso. Ahora paseaban por la Plaza de España y entraban al Centro Cultural La Cantera. El municipio, gobernado por la derecha (Partido Popular) en coalición con la ultraderecha (Vox), lo había acordado un día antes en una junta extraordinaria, sin la presencia de los partidos de la oposición.
La noticia se extendió enseguida por esta pequeña localidad donde viven los dos hijos de la pareja de ilustres actores, Teresa y Benito, quienes no tardaron en protestar. Además de ser vecinos de este pueblo, dijeron, sus padres contaron y cuentan con el cariño y la admiración de la mayoría de los habitantes. Por eso se les puso su nombre a la plaza y a la casa de cultura. Por eso, también, este par de hermanos expresaron en un comunicado su “absoluto rechazo a ese acto enmarcado dentro del revanchismo y el revisionismo histórico en el que está empeñada la ultraderecha. No existe motivo alguno que avale la decisión del ayuntamiento, a no ser que sea el conocido pensamiento progresista de ambos actores y su militancia comunista, lo cual nunca les impidió compartir amistad y cariño con quienes pensaban de manera diferente”.
Francisco Rabal, ¿hace falta decirlo?, fue uno de los actores más importantes de España. Trabajó bajo las órdenes de directores como José Luis Sáenz de Heredia, Mario Camus, Carlos Saura, Luchino Visconti, Luis Buñuel y Pedro Almodóvar. Fue el entrañable sacerdote de Nazarín, Azarías en Los Santos Inocentes y Goya en el biopic del célere pintor. Y, sí, también fue un deslenguado, mujeriego, alcohólico y rojo empedernido. Asunción Balaguer, su esposa, además de ser actriz de cine, teatro y televisión hasta casi sus últimos días, lideró la lucha por los derechos de propiedad intelectual de los actores, dobladores, bailarines y directores de escena, desde la Asociación de Artistas e Intérpretes de España, entidad que desde hace casi dos décadas, además, otorga el Premio Nacional de Periodismo Cultural Paco Rabal, con el que esta humilde columna fue distinguida hace unos años.
Así que ustedes comprenderán que, después de semejante honor, este reportero se tome ahora la afrenta de los ultras como algo personal.
Los “pactos de la vergüenza”, entre la “derecha tradicional” y la “ultraderecha xenófoba y revisionista”, se “normalizaron” y consolidaron con las elecciones del año pasado. Hoy dominan varias instituciones, ayuntamientos e, incluso, cinco comunidades autónomas del país, con el firme propósito de orillar a España a la involución. Desde las entrañas del sistema, escudados en el odio y la revancha, se esfuerzan por dañar la convivencia democrática y los derechos conquistados por la sociedad contemporánea. Lo mismo se lanzan contra el aborto, la eutanasia, la violencia de género y la diversidad sexual, el medio ambiente o los inmigrantes, que contra la memoria histórica (son abiertamente nostálgicos de la dictadura nacional-católica de Francisco Franco).
En su batalla ideológica y cultural contra la izquierda, la ultraderecha ha obligado a sus socios conservadores a derogar las leyes locales de la Memoria Democrática para impedir, por ejemplo, la búsqueda de los restos mortales de las víctimas de la represión franquista. También está en contra de los sindicatos que velan por los derechos de los trabajadores, del uso de las lenguas cooficiales del Estado Español (catalán, euskera, gallego, valenciano) o de la educación sexual en los colegios, promueve una bajada de impuestos en detrimento del Estado de Bienestar (sanidad y educación públicas), ve en cada inmigrante a un delincuente en potencia y, ya que ha llegado al poder (aunque sea por la puerta de atrás, aprovechando el régimen parlamentario vigente), se ha dado el gusto de cambiar nombres de calles y plazas.
Sectarios e ignorantes, los ultras deberían dejar de atrincherarse en el negacionismo, la desinformación y la demagogia para llevar a cabo borrones político-culturales y de esforzarse en polarizar a la sociedad para asumir sus responsabilidades históricas y ocuparse de respetar la cultura, el patrimonio y a los vecinos ilustres.
Sectarios e ignorantes, los ultras deberían dejar de atrincherarse en el negacionismo