UN DIESTRO CONFABULADOR
Damián Shell (Ciudad de México, 1984) es un narrador joven, llama la atención la manera en que frecuenta el cuento; muchos de sus relatos están dotados de precisión, astucia y fuerza narrativa. Parece que tiene muy claro lo que sentenció Cortázar: “La novela gana o pierde por decisión y el cuento por nocaut técnico”.
Las historias de Shell conservan ese toque preciso que se requiere para el nocaut, su estrategia es recurrir a los laberintos y a la imposibilidad de los hechos. Su objetivo es claro: contagiar el desconcierto. Si la novela nos mantiene atentos con ciertas dosis de confusión, el cuento nos sumerge de un solo golpe en el asombro, ante la fascinación porque todo lo descrito en ese lienzo narrativo se encuentra al revés de lo que conocemos. Por ejemplo, que surjan demonios de alta y baja categoría como “los Zafiroth que tienen el poder de saber dónde, cuándo y a cuál de los hombres debe concederse el vaho putrefacto de la duda, en donde todo, incluso lo prohibido está permitido”. Los personajes de El portal de las revelaciones gozan de un origen ambiguo al igual que su conciencia o inconciencia en la manera en que perciben la realidad. Son seres que han sido recluidos en hospitales siquiátricos, rostros que ponen especial atención a la forma en que los animales ejecutan un cortejo amatorio, jóvenes que expresan su amor y odio de distintas formas posibles, y que recurren a su creatividad como estrategia efectiva para exorcizar al fantasma de la rutina.
Puede parecer aventurado decirlo por tratarse de su primer libro de cuentos: Shell pertenece a la estirpe de narradores que se convierten en inquietantes testigos de su época. En él encarna una conciencia radical y profunda de las esperanzas, contradicciones e incertidumbres de nuestro tiempo.
Sergio González Rodríguez, siempre atento al trabajo de las nuevas generaciones de narradores y ensayistas, conoció los cuentos de Shell y tuvo el acierto de recomendarle a Gabriel Bernal Granados, editor de Libros Magenta, la publicación de este título. “Detecto una voluntad de escritura que, conforme se expresa, se cuestiona a sí misma. Mundos interiores que se vierten en la realidad para contagiar la incertidumbre”, refiere González Rodríguez.
Por otra parte, se tiene la impresión de que al autor le gusta confundir al lector, luego más adelante muestra una ruta o salida a esa aparente complicación. Como cualquier andamiaje de palabras, estos textos llevan en un seno una vocación de permanente extravío y, acaso, de constante inconclusión; no obstante, desde cualquier óptica que se le juzgue podrá verse como lo que es, un diestro confabulador.