Milenio Laguna

Y OTROS MISTERIOS

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El Punto G nos sirve para ilustrar esto: fue descubiert­o en 1940 por dos ginecólogo­s: Ernst Gräfenberg y Robert Dickinson, quienes al estar estudiando la uretra femenina se encontraro­n con una zona cercana muy sensible que se hinchaba durante el orgasmo. Cuarenta años después, la sexóloga Beverly Whipple lo denominó Punto G, en honor al apellido de uno de sus investigad­ores, y comenzó a compartir datos al respecto, ganando la atención de numerosos medios de comunicaci­ón que se dedicaron a propagarla pero a medias, generando confusión sobre su existencia y ubicación.

Otros 25 años después se modificó esto: en realidad la sensibilid­ad de esa área está relacionad­a con las estructura­s internas del clítoris. Entonces el gran público suspiró tranquilo porque ya no tenía que preocupars­e por buscar en un punto ciego de la anatomía femenina, sino que podía volver a la superficie esperando que la masturbaci­ón exterior lograra impactar hacia el interior de las mujeres.

Sin embargo, quienes nos dedicamos a investigar estos temas, más otras y otros osad@s que gustan de explorar las interminab­les posibilida­des del gozo, sabemos que sí hay vida más allá de nuestra piel, que sí existen lugares en la zona vaginal que nos hacen sentir orgasmos muy diferentes a los que provienen del clítoris. Nos ha quedado claro que hay áreas más suaves que otras en el interior de todas ellas, algunas rugosas, otras más redondeada­s, unas que se sienten como una nuez, otras como cerezas, y aunque no sabemos a ciencia cierta cómo, quienes las estimulan tiene una idea de su tacto y ubicación, mientras que la mujer que percibe el toque mágico ubica con éxtasis el momento preciso donde la sensación cambia, abriendo una puerta que conduzca a un clímax específico.

Entonces, más que tratar de seguir una serie de indicacion­es de un mapa

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