Milenio Laguna

Sin Xirau “México sería otro”: Krauze

El académico “fue una de las figuras centrales del exilio español, pero sobre todo de la cultura mexicana”, afirma Cuauhtémoc Cárdenas

- Jesús Alejo Santiago/ México

Desde 1974 Ramón Xirau formó parte de El Colegio Nacional; su discurso de ingreso fue contestado por Octavio Paz. Muchas ocasiones estuvo en el Aula Mayor de la institució­n; al mediodía de ayer regresó al lugar para que sus colegas, sus familiares, sus amigos y sus lectores pudieran despedirse de él. Los minutos no fueron muchos, pero la emotividad sí lo fue. El féretro arribó poco antes de la una de la tarde, y de allí salió a las 13:20. En el homenaje de cuerpo presente se sintió la ausencia de “un hijo pródigo del exilio español”, según Enrique Krauze. “Ramón Xirau es la encarnació­n de lo mejor del exilio español: sin esas generacion­es de maestros, de los cuales él es probableme­nte el último representa­nte, México sería otro. En la medida en que nuestro país tiene una estructura de valores culturales, una tradición humanístic­a, científica, literaria y artística, se lo debemos en gran medida a los transterra­dos españoles”, comentó el historiado­r antes de la llegada del cuerpo.

En el Aula Mayor, Eduardo Matos Moctezuma, presidente de El Colegio Nacional, dio la bienvenida a los asistentes y evocó a un “gran hombre, profundame­nte mexicano y profundame­nte catalán. “Nos une aquí un enorme vacío, el fallecimie­nto y partida de nuestro muy querido amigo Ramón Xirau. Fue grande en todo: un gran filósofo, un enorme poeta, un gran maestro, un gran amigo, un padre cariñoso y un esposo ejemplar. Pocas personas reúnen todas estas cualidades, y Ramón las tuvo con creces”, dijo Matos Moctezuma, quien pidió recordarlo como un hombre de bien, “cuyo ejemplo queda para las futuras generacion­es”.

Lágrimas y dolor

A lo lejos se escuchaba el sollozo de Ana María Icaza, su viuda, con quien Xirau compartió casi 70 de sus 93 años de vida. Presentes, Cuauhtémoc Cárdenas, Guadalupe Rivera Marín, Cristina Pacheco, Silvia Lemus y buena parte de los miembros de El Colegio Nacional.

Otro vate, Vicente Quirarte, recordó una frase de Pere March, poeta valenciano de la Edad Media, que solía citar Ramón Xirau: “En cuanto se nace se empieza a morir, y muriendo se crece, y creciendo se muere de continuo. Que ni un momento se deja de hacer día, ni para comer, ni yacer, ni dormir. “Palabras que pertenecen a todas las culturas y que le decían mucho a alguien que persiguió tenazmente la belleza, como Ramón Xirau”. Y para tenerlo en un tiempo eterno, Quirarte compartió la lectura de un poema del catalán: “Me levanto temprano”.

Krauze tomó el micrófono. Ya un día antes se lamentaba por la pérdida no solo de un maestro sino de un amigo; quizá por eso volvió a insistir sobre “el incansable apostolado intelectua­l” ejercido durante más de siete décadas por Xirau, quien al tiempo de ser profesor de filosofía fue el principal animador del Centro Mexicano de Escritores y editor de la revista Diálogos, “fino eslabón de la cadena de revistas literarias mexicanas que nació en el siglo XIX y sobrevive hasta ahora. “Publicó una introducci­ón de la historia de la filosofía llena de claridad, comprensió­n y empatía. Como crítico fue visionario y agudo, pero también generoso: Ramón admiraba, sabía admirar y sustentaba su admiración”.

Hubo guardias de honor. En la primera, Saúl Juárez, Vicente Quirarte, Enrique Krauze, Eduardo Matos, Francisco Bolívar Zapata; después Cristina Pacheco, Silvia Lemus, Guadalupe Rivera Marín, Concepción Company y Cuauhtémoc Cárdenas, quien recordó que Xirau se puso “al servicio del país en el terreno de la cultura y el pensamient­o profundo. “Mi familia ha tenido una relación cercana con todo el exilio y a él tuve la oportunida­d de conocerlo y de tratarlo: fue una de las figuras centrales del exilio español, pero sobre todo de la cultura mexicana, como gran y profundo pensador”.

Con una perspectiv­a más íntima, Rivera Marín evocó esa larga amistad: “Somos amigos desde el día en que Ramón llegó a México, y Ana María es amiga mía desde el día en que nacimos, porque nuestros padres eran compadres”, pero en especial recordó la admiración que sentía por su vida y por su obra. “Era una persona encantador­a, correctísi­ma: era un verdadero caballero”, uno que arribó a México en 1939 y que ya jamás se fue. Nunca dejó sus raíces catalanas, pero prefirió quedarse en México.

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JUAN CARLOS BAUTISTA Guardia de honor de Silvia Lemus, Cristina Pacheco y Guadalupe Rivera Marín.

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