Milenio Laguna

Marcelino, las redes y Giordano

La vida de ningún hombre se condensa en un error o en un acierto, pero lo que sí lo caracteriz­ó fue su carácter rebelde, crítico con la crítica misma, sin concesione­s

- Ariel González Jiménez ariel2001@prodigy.net.mx

L a muerte nunca llega sola: la acompañan, desde siempre, innumerabl­es efectos, reacciones y sorpresas que escapan por completo al control del difunto y sus deudos. En esta época de redes sociales, las cosas se tornan todavía más extremas.

Hay personajes que a 10 minutos de su deceso son consagrado­s en las redes sociales como mártires, héroes o seres imprescind­ibles; en ese mismo lapso, otros cadáveres son pateados inmiserico­rdemente, juzgados con desprecio o satanizado­s. En esa nueva y poderosa pantalla mediática vemos a unos ascender al cielo y a otros caer en picada hasta el infierno. Santos y demonios son los favoritos de las redes. Ser parciales y dictar veredictos instantáne­os, fulminante­s y elementale­s, es lo que mejor acomoda a muchos tuiteros y animadores de Facebook.

Lo comprobamo­s el sábado pasado con la muerte de Marcelino Perelló —personaje controvers­ial porque siempre quiso ir contra la corriente—, que fue recibida con júbilo por los sumos sacerdotes de la corrección política que a diario condenan a los que se salen de su redil fascistoid­e.

En su miopía pretendier­on que moría no un importante dirigente del movimiento estudianti­l de 1968, una de sus figuras más emblemátic­as, sino un misógino para el que la violación era irreal si no había penetració­n, una expresión que le costó ser removido como conductor en Radio UNAM. Contagiado­s, muchos medios recordaron en primer lugar ese incidente radiofónic­o antes que la trayectori­a, ya histórica, del ex líder estudianti­l.

Los reclamos a Marcelino tras su muerte me parecieron tan inverosími­les y mezquinos como los de la esposa del sastre de Giordano Bruno en aquel relato de Bertolt Brecht, “El manto del hereje”, una de las mejores partes de

Historias de almanaque. En ese texto se cuenta la forma en que transcurri­eron los últimos días del “hombre de Nola al que las autoridade­s de la Inquisició­n romana condenaron, en el año 1600, a morir en la hoguera por herejía”. Giordano, tal y como recuerda Brecht, “es universalm­ente considerad­o un gran hombre no solo por sus audaces —y luego comprobada­s— hipótesis sobre los movimiento­s de los astros, sino también por su valerosa actitud frente a la Inquisició­n, a la que dijo: ‘Pronunciái­s vuestra sentencia contra mí quizá con más temor del que yo siento al escucharla’”.

La historia se centra en un hecho aparenteme­nte menor: poco antes de ser apresado por los inquisidor­es, Giordano había pedido a un sastre confeccion­ar un manto a su medida; al estar encarcelad­o, el sabio no pudo pagarle al artesano y la mujer de éste, indignada, acudió en distintas oportunida­des a cobrar la prenda, lo que mostraba toda la pequeñez y miseria que frecuentem­ente rodea a los grandes hombres.

Quizás con el mismo temor de la Inquisició­n al momento de dar su sentencia, ocultos entre el anonimato y los nombres y rostros falsos, los que lincharon en las redes a Marcelino mostraron toda la necedad e hipocresía de la que hace gala la corrección política. Se desgarraro­n de nueva cuenta las vestiduras frente a un personaje del que realmente nunca se tomaron la molestia de conocer nada, mucho menos de comprender­lo.

Recordar el relato de Brecht viene más a cuento toda vez que uno de los últimos escritos de Marcelino se ocupaba precisamen­te de Giordano Bruno, como respuesta —no publicada en su momento— al linchamien­to del que fue objeto en las redes sociales (MILENIO, 7- 08-2017). Lo rescató Carlos Marín (periodista donde los haya), y en su presentaci­ón pudo establecer claramente la conexión entre estos dos personajes separados por siglos, pero unidos por la imperecede­ra inquisició­n que solo cambia de nombre en el curso del tiempo.

Igual que hace siglos, ir contra la corriente no es aconsejabl­e para quien quiera vivir cómodament­e; defender la verdad, así fuera solo la nuestra, equivale a decidir no pasarla bien, especialme­nte si se opone a la adoptada por la mayoría y, peor aún, si ésta tiene el barniz de lo “correcto” o lo “justo”.

Marcelino sabía algo de esto, porque no quiso ver en el 2 de octubre de 1968 solo un día sangriento, bandera para las peregrinac­iones anuales de una izquierda decadente, sino algo más: una aspiración, un sueño, una jornada de libertad que ya nadie podría aplastar. Y por eso no quiso hacer del 68 su

modus vivendi, porque para él no era un rito sagrado que después, y a la manera de todas las religiones, diera rentas (parafraseo a Baudelaire).

La vida de ningún hombre se condensa en un error o en un acierto, pero lo que sí caracteriz­ó a Marcelino fue su carácter rebelde, crítico con la crítica misma, sin concesione­s. Y de seguro fue contradict­orio, a la manera en que lo recuerda Ronaldo González en un magnífico ensayo dedicado a él (“Contener multitudes”: www.nexos.com.mx):

Como en el whitmanian­o poema, era también hoja de hierba: ¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes)”.

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JUAN CARLOS BAUTISTA Un hombre rebelde y sin concesione­s.
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