El sismo que viene/ I
Con el título “El próximo desastre sismico en la Ciudad de México”, Cinna Lomnitz, el más importante geólogo mexicano de los últimos tiempos, publicó en 2004 un largo texto en Nexos que el año siguiente se volvería libro.
Cito: “Era necesario, después del terrible desastre de 1985, invertir importantes esfuerzos y sumas de dinero en la investigación sismológica y de ingeniería sísmica. ¿Por qué no hubo un esfuerzo más importante? Antes que nada, se imponía aclarar, mediante una investigación transparente e imparcial, cuáles habían sido las causas del desastroso comportamiento de las grandes estructuras en la Zona III. Inicialmente, me consta, existía la disposición y la firme intención de hacer exactamente eso. ¿Qué fue lo que falló? ¿Faltó valor cívico? Hay conjeturas, pero pocas certidumbres. El hecho es que la adopción de las nuevas normas de 1987 se interpretó como un cierre de expediente. El sismo de 1985 se archivó”.
Lomnitz explicaba con precisión los detalles técnicos de lo que no sabíamos de los efectos de un sismo en Ciudad de México y decía: “Actualmente (2004), puede afirmarse que la geología de la Ciudad de México y sus alrededores es de las menos conocidas del país”.
En la última década, el Instituto de Geofísica de la UNAM ha seguido haciendo investigaciones muy serias, ayer hablé con Víctor Manuel Cruz-Atienza, del Instituto de Geofísica, y es muy impresionante lo que ya saben del comportamiento, en cada parte de la ciudad, del sismo del martes y por qué pasó lo que pasó. No está claro, sin embargo, que todo este conocimiento se haya traducido en políticas públicas concretas que impacten el desarrollo de la ciudad.
Menos aún en que nos tomemos con seriedad, ya no esa investigación, siquiera los reglamentos de construcción. La memoria es corta. La supervisión mínima. La corrupción, mucha.
El plan de prevención no puede limitarse a alarmas y simulacros. Porque va a volver a temblar. Después de trazar las rutas que la investigación en Ciudad de México debería apurar, Lomnitz escribió al final de su artículo en
Nexos: “Se trata de necesidades urgentes que conciernen a la comunidad científica y a toda la sociedad. Los eventos extremos, como los grandes sismos que afectarán previsiblemente a la Ciudad de México, representan urgentes desafíos teóricos y prácticos para la humanidad, y tienen que plantearse en estos términos. Hay que empezar a recuperar el tiempo perdido”.
Pues eso.