La emergencia por la emergencia
Según datos oficiales, los temblores del 7 y del 19 de septiembre dejaron más de 140 mil construcciones dañadas repartidas entre las ocho entidades más afectadas. Casi 50 mil de estos inmuebles son considerados pérdida total. Hogares, oficinas, fábricas, escuelas, hospitales… Las cifras revelan que la parte más crítica de la emergencia apenas comienza.
Llevo 15 años haciendo periodismo y cubriendo las secuelas de fenómenos naturales en varias partes del mundo y en todo ese tiempo he aprendido que cuando pasan los días, bajan las ganas y se diluye la atención, las víctimas se quedan solas, completamente solas. Ese es el verdadero desastre.
No hay tarea más compleja que la reconstrucción. Ahí está el caso de la ONU en Haití. Para eso los recursos son siempre escasos y las necesidades abundantes. A los damnificados hay que ayudarles con albergue digno y luego, acompañarlos en el largo proceso de buscar un nuevo hogar. Una etapa que puede tomar meses o, como descubrimos después del 85, una etapa que puede quedar inconclusa con el paso de los años.
A los cientos de lesionados hay que ayudarles a curar las heridas físicas y mentales provocadas por los temblores. En algunos casos, hay que reconstruir su cuerpo y prepararlos para vivir con una discapacidad, algo que desafortunadamente en este país todavía puede alejarlos de la vida y los trabajos que tenían antes del terremoto.
Están las personas que sufrieron la pérdida de sus seres queridos. A ellos hay que ayudarles con las necesidades más inmediatas. Un lugar para la sepultura o el funeral de quienes se fueron, pero también ayudarles a tratar de entender lo que parece incomprensible: ¿Cómo consolar a quien lo ha perdido todo?
Los mexicanos han mostrado una actitud inspiradora durante la primera etapa de la emergencia. Esta reacción ciudadana ha ayudado a sobrellevar la tragedia, pero sin ella, será imposible superarla. Hay mucho qué hacer todavía, empezando por exigir a las autoridades que los más de 50 mil millones de pesos disponibles para la reconstrucción a través de fondos federales y estatales se apliquen con mucho más eficiencia y transparencia de la que hemos visto hasta hoy. Para eso también hay que permanecer con el puño en alto.