El sismo que viene/ IV (nosotros)
Pasan los días y la nueva normalidad se va acomodando entre nosotros.
En Oaxaca y Chiapas, donde la situación ya era preocupante antes de los sismos, hoy es de desesperanza.
Vivo en un país en que el gobierno pide a los ciudadanos que donen lonas y lápices de colores, no bromeo, y los habitantes de Juchitán tienen que hacer horas de colas para tener una, y protegerse de la lluvia mientras duermen en la calle. Otros, también mexicanos, se convocan en la colonia Condesa para darse abrazos, y en las redes sociales, que dominan, los jóvenes urbanos mexicanos se siguen celebrando porque dicen que ellos hicieron que la solidaridad fuera posible. “Millennials Moviendo a México (MMM)”, se lee en una foto que circula en Instagram.
Semana y media después del sismo, la emergencia se va convirtiendo en crisis, y todo ese enorme espíritu mexicano que autocelebramos con las mismas ganas que ayudamos, esa solidaridad que pensamos, creo que sin razón, única en el mundo, comienza a asomar algunas grietas.
El entusiasmo nunca llegó a Lomas Estrella, a unos kilómetros de la colonia Roma; se alivianaron las broncas de Graco porque pocos volvieron a Morelos, en comunidades más pequeñas no llegaron ni gobiernos ni muchos voluntarios; de Xochimilco nos olvidamos todos un par de días y ahora la gente no tiene nada, y qué decir de Oaxaca o Chiapas y algunas zonas de Guerrero y Puebla o la frontera del Estado de México y Morelos, donde el desastre natural se unió al desastre social.
Lo viví en 1985 y lo he visto estos días: la inmensa energía y voluntad de los ciudadanos, pero también la natural ineficiencia de la organización espontánea.
Creo, como lo dice Héctor Aguilar Camín, que el sismo que viene no tiene que ser una fatalidad. Y por eso he escrito esta semana de nuevos esquemas financieros para la protección, de nuevos esquemas de supervisión en la construcción, de utilizar todo el conocimiento científico disponible en actualización de leyes, normas, reglamentos y políticas públicas para zonas de riesgo…
Y, por qué no, pensar en la construcción de organizaciones de voluntarios para que estén mejor preparados, que tengan protocolos, entrenamiento, planes y roles específicos para cada uno, para cada necesidad, coordinados a la hora de la emergencia. Existen en otros países.
Es un compromiso serio y a largo plazo, que tiene lugar para los espontáneos y los organiza mejor.
Con las víctimas, siempre, las víctimas, en el centro.