LOS ALTOS FONDOS
Hace poco leía en alguna parte, pero no recuerdo dónde, que el gran atractivo de los bajos fondos es que representan la existencia humana de la manera más cercana a cómo realmente es, o, al menos, como la sentimos. Es tautológico que casi todos experimentamos fascinación por películas, series, libros, reportajes y crónicas de gánsteres, pese a que teóricamente representan casi lo opuesto de lo que los ciudadanos respetables enarbolamos. Si pretendiéramos analizarlo en términos burdamente psicoanalíticos, podríamos decir que sublimamos nuestros propios bajos fondos, de manera que procuremos no actuarlos en la vida real para, de nuevo, poder transitar bajo los seguros parámetros proporcionados por el imperio de la ley, y también del de la respetabilidad.
Posiblemente asistimos a una inversión en el imaginario colectivo, pues cada nueva revelación, como los ParadisePapers, nos muestra que los bajos fondos ya no solo son tan bajos, sino que en el fi rmamento de nuestras sociedades se reproducen igualmente prácticas tramposas y gánsteriles, solo que en ese caso bañadas por el brillo de los yates, los jets privados, y las fiestas glamurosas en Ibiza, constituyendo lo que podríamos llamar “los altos fondos”.
A diferencia de sus colegas del inframundo, si bien los altos fondos de cuando en cuando son desenmascarados por la prensa, sus miembros cuentan con una red de apoyo fincada en universidades de élite, medios de comunicación e incluso el propio discurso de los tiempos, que exalta las características de sus miembros más prominentes. Los estratos con acceso a los circuitos exclusivos gozan de las bondades de ambos extremos, pues mientras ven El
Padrino, Goodfellas, Casino y demás, se educan aprendiendo prácticas gánsteriles que les enseñarán a triangular para que el dinero y las inversiones pasen por tantos paraísos fiscales como sea posible, con tal de evitar esa injusticia de pagar impuestos, reservada para thelittlepeople. Pero por suerte para el golpe que son los Paradise
Papers, entre los exhibidos están la reina de Inglaterra, el campeón de Fórmula 1 y muchas celebridades más, de manera que, en lugar de disuadir, sirvan para alimentar los sueños de ciertos jóvenes que pretenden formar parte de sus filas. En su caso, la mejor opción será emular al padre y a sus mentores, y continuar viendo y admirando películas de gánsteres para recordar hasta dónde puede descender la naturaleza humana, al tiempo que se preparan para ocupar los puestos que joden a la sociedad, pero esta vez por arriba, operando bajo un aura pulcra y reluciente pero, finalmente, igual de fétida que la de sus contrapartes de abajo.