Entre el talento y lo fuera de serie
Todos cantaban muy bien; todos tocaban algún instrumento; todos sumaron a la convivencia. Todos poseen talento musical.
Fui invitado a una convivencia con motivo del cumpleaños de un amigo. Estuvimos presentes, como ocurre en este tipo de celebraciones, familia, compañeros de trabajo y amistades. Nada distinto a lo habitual hasta que iniciaron a cantar.
Sin embargo, nunca había estado en una celebración de cumpleaños en la que tantos invitados cantaran muy bien. Y creo distinguir entre alguien que canta bien de quien no. Cada uno puso voz a sus canciones preferidas, de tangos a ranchera, de trova a tradicionales de rondalla y hubo quien lo hizo en francés, italiano, inglés … y hasta en español.
“Pienso que todas las personas tenemos talento para algo”, me dijo uno de ellos. “Hay quienes tienen talento para cocinar; para escuchar- porque no es fácil escuchar-; para dar consejos…” abundó.
Por una falacia de composición, se suele pensar en el talento como la característica propia de un solo tipo de personas: las fuera de serie.
Pero tal vez no sea así en realidad. Ya he referido en otra entrega la propuesta de Malcolm Gladwell en su ensayo acerca de las personas “fuera de serie” y la disciplina y perseverancia que les distingue.
Cuando ante nosotros está un fuera de serie podemos pensar que posee un gran talento para determinada cosa. Y en efecto lo tiene, pero no es solo eso. Además de talento hay miles de horas de práctica hasta hacer se eso talento algo fuera de serie.
La complejidad de la convivencia diaria vuelve imperativa la puesta en común de talentos para generar dinámicas sociales más cercanas a lo que podríamos calificar como civilizado que al costoso modelo de relación social que nos hemos construido.
Por esto último es que pienso acerca de los talentos “de cada quien” y la necesidad de desarrollar niveles básicos de un talento fundamental: aquel para la convivencia social.