Milenio Laguna

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l tema resulta difícil de tratar y, peor aún, complicado de entender.

¿Cómo entender, por ejemplo, que el partido y el candidato con más negativos, como son los casos de Morena y de AMLO, encabezan las encuestas —para la aspiración presidenci­al de 2018— entre una sociedad que se dice harta de los políticos con mala imagen?

¿Cómo entender que, por ejemplo, el partido y el candidato que han perdonado a ladrones, pillos, matarifes y políticos de la peor estofa, estén a la cabeza de todas las preferenci­as, en una sociedad que dice estar “hasta la madre” de la impunidad?

¿Cómo entender que políticos nefastos como Manuel Bartlett, Elba Esther Gordi

llo, René Bejarano, Dolores Padierna y Marcelo Ebrard, entre muchos otros, que en sus alforjas cargan un negro historial, resulten purificado­s solo por entrar a las filas de Morena y por recibir la bendición de

Andrés Manuel López Obrador, mientras la sociedad solo aplaude y ve hacer y pasar?

¿Cómo entender que un político nada democrátic­o, autoritari­o al extremo, con claros tintes dictatoria­les, que llamó “Pirruris” a casi un millón de manifestan­tes contra su mal gobierno en el DF, que impuso al matarife Abarca como alcalde de Iguala, sea el político que encabeza las encuestas y las preferenci­as?

¿Cómo entender que un político que tiene más de 10 años sin trabajar, que lleva una década sin pagar impuestos, del que nadie sabe de dónde obtiene recursos millonario­s para la manutenció­n de una numerosa prole, sea el político que más aceptación tiene entre el electorado?

¿Cómo entender que la izquierda mexicana y que un partido político como Morena hayan pasado del culto a

Cuauhtémoc Cárdenas —el tres veces candidato presidenci­al y constructo­r del PRD—, al culto a

Cuauhtémoc Blanco, el patán golpeador de mujeres que brilla por su ignorancia? ¿Y cómo entender que luego de ese salto al vacío —el impensable salto de

Cárdenas a Blanco—, esa disque izquierda sea la más votada?

¿Cómo entender que luego de uno de los peores gobiernos en la capital del país, como el de López Obrador, exista la posibilida­d de que de la mano de

Obrador, su preferida a pesar de graves corruptela­s, tenga posibilida­des de convertirs­e en jefa de Gobierno de la capital?

¿Cómo entender que periodista­s inteligent­es e intelectua­les reputados sigan aplaudiend­o a López Obrador, a pesar de su desprecio a la prensa, de su repudio a la inteligenc­ia y al intelecto, de su fobia a la educación de calidad, de su “chaparra” preparació­n, de su odio hacia los críticos, de sus disparates y de su rechazo a libertades fundamenta­les en democracia?

¿Cómo entender que el segundo lugar en las encuestas lo ocupe un candidato como Ricardo Anaya, de muy escasa experienci­a en el servicio público, sin ningún referente político, incapaz de sembrar en la conciencia colectiva de los votantes una idea que se recuerde, y que —en cambio— lleva meses tratando de explicar sus pillerías, desfalcos, manejo de dinero turbio y enriquecim­iento inexplicab­le?

¿Cómo entender que un mentiroso profesiona­l como Anaya, que llegó al puesto gracias al engaño, la mentira y la deshonesti­dad, ocupe la segunda posición en las encuestas?

¿Cómo entender que la izquierda del PRD, esa que logró sacudirse a AMLO y que sobrevivir a sus intentos destructiv­os, haya cometido suicidio político en una alianza con Ricardo Anaya y con el PAN, que representa­n todo aquello contra lo que luchó el PRD, contra lo que nació y contra lo que sus padres fundadores emprendier­on un largo camino a la revolución democrátic­a de las conciencia­s?

¿Y cómo entender que el candidato que no tiene cola que le pisen, que no milita en el PRI, que es un candidato ciudadano, que tiene la mejor preparació­n, la mayor capacitaci­ón para gobernar, el mayor reconocimi­ento de empresario­s e inversioni­stas, se encuentre en tercer lugar, en la cola de las preferenci­as?

Sin duda que asistimos a un paradigma donde la tambaleant­e democracia mexicana puede ser destruida con las armas y los instrument­os de la propia democracia. Sin duda que podríamos estar en el umbral del fin de la democracia mexicana.

Algunos dicen que la preferenci­a por AMLO —y la culpa de la debacle potencial— se debe al hartazgo de los mexicanos por el PRI. Ante esa premisa se impone otra pregunta aún más elemental.

¿Por qué AMLO encabeza las encuestas si es el representa­nte de lo peor del PRI y si ha reunido en Morena a lo más cuestionab­le de PRI, PAN y PRD?

El problema, entonces, no son los buenos o los malos candidatos, los malos o los peores políticos, y tampoco los pingües negocios familiares llamados partidos políticos.

El problema parece estar en la sociedad. ¿La mexicana es una sociedad de idiotas?

Al tiempo. M

 ?? OMAR FRANCO ?? Marcelo Ebrard, ex jefe de Gobierno.
OMAR FRANCO Marcelo Ebrard, ex jefe de Gobierno.

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