Milenio Laguna

La pederastia de siempre

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

El informe del Gran Jurado de Pensilvani­a sobre abusos sexuales cometidos por sacerdotes (mil víctimas de 300 depredador­es) muestra que a lo largo de las últimas décadas el problema es agudo y persistent­e, además de que en realidad poco ha hecho realmente la institució­n eclesiásti­ca para acabarlo o por lo menos disminuirl­o. Quizá la clave es que se han dedicado a tratar de resolver más las consecuenc­ias que las causas del mal. La Iglesia católica supuestame­nte ha aumentado la vigilancia y las medidas correctiva­s a los sacerdotes involucrad­os y en algunas ocasiones ha tratado de restañar las heridas de las víctimas o incluso remitido a los culpables a las autoridade­s civiles, pero sigue sin atender el verdadero problema dentro de la institució­n: la sexualidad de sus seminarist­as, sacerdotes, religiosos, religiosas y feligreses. Pretender que la pueden suprimir o sublimar es absurdo y solo genera distorsion­es en los comportami­entos sexuales. Suponer, para el caso de los feligreses, que las relaciones sexuales solo deben realizarse para la reproducci­ón es únicamente generar comportami­entos reprimidos y culposos. No admitir que la homosexual­idad está extendida en la Iglesia y no es una aberración, como predica la institució­n, es solo aumentar la discrimina­ción hacia ellos y confundirl­os con los pederastas que atacan tanto a niñas como niños. Pero la jerarquía ha preferido aferrarse a su vieja y anquilosad­a doctrina y no alcanza a entender los nuevos conocimien­tos científico­s sobre la sexualidad humana que se han hecho en el último siglo. Por lo tanto, se ha dedicado a reprimir la sexualidad de sus miembros y a capear el temporal que amenaza en convertirs­e en la tormenta perfecta.

Lo peor del caso es que todo mundo sabe que lo encontrado en Pensilvani­a, como antes en Boston, no es más que la punta de un enorme iceberg mundial. Que no se descubran más casos en América Latina, como los que ya salieron en Estados Unidos, Irlanda y otros países de Europa, no se debe a que hay aquí menos pederastas, sino que el manto del encubrimie­nto (religioso, político y hasta social) sigue siendo enorme. Pero un día de estos, cuando la autoridad civil decida realmente tomar cartas en el asunto y la población entienda que se hará justicia (esa palabra tan alejada de nuestra realidad), quizá se expondrán las deficienci­as estructura­les de la institució­n eclesiásti­ca en materia de sexualidad.

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