ENFERMEDAD, DOLOR, MIEDO
Con la presencia de la enfermedad, el dolor y el miedo. Así debe de haber escrito Rafael Pérez Gay (Ciudad de México, 1957) Perseguir la noche, la novela con la que completa un “tríptico familiar” atiborrado de melancolía. Una narración que ronda en torno a esas perturbadoras experiencias, pero también en los pasados personal y colectivo, siempre en búsqueda de “la sombra que pudimos ser, el fantasma de nosotros mismos”.
Resulta que al arribo de los cincuenta, a Pérez Gay se le detecta un cáncer de vejiga. Enfermedad, “emperador de todos los males”, a la que se acompañará hasta su capitulación, periodo durante el cual el narrador habrá de asumir su manera de “habitarla”. Espacio a un tiempo para viajar a los primeros años del siglo XX de Ciudad de México.
“Una calle puede encerrar los secretos de una época”, escribe el novelista, y ya nos traslada así al mundillo de los mo- dernistas mexicanos: Bernardo Couto, José Juan Tablada, Alberto Leduc, Ciro Ceballos y Julio Ruelas, quienes mucho habrán de decirle a Pérez Gay. “Rebeldes de las sombras, maestros del arrebato, hombres en desacuerdo con el gobierno de Porfi rio Díaz, decadentes, bohemios, flores nocturnas en el alba del nuevo siglo”.
¿Novela de los modernistas?, preguntaremos. Sí. Por qué no. Aunque también del entendimiento de enfermedades y tratamientos; dolores agudos y crónicos, y de los testimonios sinceros del autor ante la experiencia. “Nada más inútil para un enfermo que las palabras. Les digo: no sirven de nada, los diagnósticos, los discursos: un cesto de basura”.
¿Informe sobre el dolor? Sí. Donde la cuidada prosa del columnista de MILENIO lo revela como “la oscuridad que un día se ilumina y nos transforma”.
Luego de relatarnos los detalles del tratamiento al que tuvo que “someterse”, así se dice en la jerga médica, Pérez Gay revela el sentimiento que se genera con la cercanía de la muerte. “Con los días, el miedo desaparece, el sedimento es el dolor. Siempre es más fácil enfrentar el dolor que el miedo. El miedo taladra la voluntad con más insistencia que el dolor. He pasado 30 veces por el quirófano. La pérdida de la conciencia es una aventura extraña y, no me lo van a creer, un tanto placentera”.
De regreso del cáncer, “las enfermedades serias que te perdonan la vida, o la muerte, te liberan”, el novelista volverá a aquellos, sus queridos modernistas quienes “le salvaron la vida” y, por supuesto, a sus espacios de convivencia:
“Quien siga las huellas del mapa del Centro de Ciudad de México se encontrará, tarde o temprano, con fantasmas. Lo inquietante, les decía, será que esos fantasmas se preguntarán quiénes somos, de qué mundo extraño venimos, por qué vagamos en su ciudad sin rumbo fijo. Tengo más calles y espectros, los pondré aquí de vez en cuando, como corresponde a un coleccionista de sombras”.
No sé si Pérez Gay o sus editores se habrán planteado ya la posibilidad de editar en un solo tomo la trilogía familiar conformada por Perseguir la noche, Nos acompañan los muertos (2009) y El cerebro de mi hermano (2013). Sería un gran obsequio para el lector y el reconocimiento de un apartado fundamental en la narrativa del autor.