El presunto caníbal en los medios
Hay proclividad entre muchos de quienes nada saben de periodismo y aun de una parte de la comunidad que lo ejerce a opinar sobre cómo deben los medios presentar ciertos temas, o evitarlos, como ahora el multihomicidio perpetrado por una pareja que, se presume, cultivaba además el canibalismo. Es claro que todo mundo tiene derecho a emitir sus consideraciones, faltaba más.
Los detenidos por tales crímenes son esposos, son señalados de asesinos seriales (confeso por lo menos él, en un video difundido con amplitud), operaban en el Estado de México, elegían solo víctimas femeninas y él, a partir de sus declaraciones grabadas y lo que expuso en la audiencia por violación a las leyes de inhumación y exhumación de cadáveres, demuestra estar en control y, con un defensor de oficio desactualizado, hasta precisa errores en el proceso.
Es decir, el caso tiene todos los ingredientes para ser periodístico: actualidad, novedad, tragedia, proximidad, similitud con programas televisivos y todas las víctimas son mujeres. Más aún: la sangre fría del tipo, cero remordimiento.
He leído ayer y anteayer que “se romantiza” al supuesto criminal y que la divulgación del video no abona a la lucha contra los feminicidios. Es cierto que cuando surgen estos documentos visuales se viralizan más por las redes sociales que por los propios medios y, en efecto, de nada sirve a la protección de derechos de las mujeres una repetición excesiva del video, pero en el caso del periodismo, la difusión del producto el primer día tiene la única y sencilla razón de dar a conocer un hecho noticioso, poco frecuente, novedoso, oportuno y próximo.
Los medios no son procuradurías ni juzgados ni tribunales ni ONG defensoras de derechos. Su misión es dar a conocer noticias, contar historias, investigar y publicar con la mayor cantidad de pruebas hechos que son novedosos y de interés público. Pedirles que actúen de otra forma es confundir la tarea de cada ámbito. Eso sí, siempre habrá los extremos del periodismo bien hecho y el amarillismo puro.
De haberse limitado sus autores por la monstruosidad de los crímenes y la demanda de actuar como líderes de ONG o fiscales, se habrían malogrado A sangre fría, de Truman Capote; Asesinato, de Vicente Leñero, y El adversario, de Emmanuel Carrère. Y nadie está diciendo que hoy alguien haya publicado ya un texto parecido sobre los presuntos caníbales en cuestión.