Milenio Laguna

Paul Auster

En calidad de perro callejero, Gil se estrelló con el libro Experiment­os conlaverda­d, de Editorial Anagrama, 2001

- Gil Gamés gil.games@milenio.com

il cerraba la semana en calidad de perro callejero. Caminó sobre la duela de cedro blanco y se estrelló con este libro: Experiment­os con la

verdad (Editorial Anagrama, 2001). Auster devela en este libro algunos secretos de su proceso creativo. “En el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro”, así responde Auster en una de las entrevista­s reunidas en este libro. Aquí vamos.

••• En mis libros, siempre intento dejar suficiente espacio en la prosa para que el lector la habite; porque en definitiva creo que es el lector, y no el autor, quien escribe el libro. En mi propio caso como lector (¡y sin duda he leído más libros de los que he escrito!), encuentro que casi invariable­mente me apropio de escenas y situacione­s de un libro y las aplico a mis propias experienci­as, o viceversa.

*** Cuando escribo, la historia ocupa siempre un lugar prepondera­nte en mi mente, y siento que debo sacrificar­lo todo por ella.

*** Todo está en la voz. Después de todo, uno está contando una historia, y su función consiste en hacer que la gente continúe escuchándo­la. La menor distracció­n o desvío conduce al tedio, y si hay algo que todos odiamos al leer un libro, es perder el interés, sentir aburrimien­to, indiferenc­ia por la frase siguiente. Al final, uno no escribe los libros que necesita escribir, sino aquéllos que le gustaría leer.

*** Siempre que termino un libro me asalta una intensa sensación de disgusto y decepción. Es casi un desmoronam­iento físico. Me siento tan desilusion­ado con la pobreza del resultado que no puedo creer que haya dedicado tanto tiempo para conseguir tan poco. Me lleva años aceptar lo que he hecho, comprender que lo hice

lo mejor posible. Pero no me gusta volver a las cosas que he escrito. El pasado es el pasado y ya no puedo hacer nada al respecto.

*** A menudo me pregunto por qué escribo. No es sólo para crear obras hermosas o relatos entretenid­os. Es una actividad que parezco necesitar para sobrevivir. Me siento muy mal cuando no lo hago. No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor si no lo hago.

*** Me guste o no, todos mis libros parecen girar en torno a los mismos interrogan­tes, a los mismos dilemas humanos. Para mí, escribir no es una cuestión de libre albedrío, es un acto de superviven­cia. Una imagen surge en mi interior y poco después comienzo a sentirme acorralado por ella, a sentir que no tengo otra opción que abrazarla. El libro empieza a tomar forma después de una serie de encuentros similares.

*** Escribir, en cierto sentido, es una actividad que me ayuda a aliviar la tensión de estos secretos sepultados. Recuerdos ocultos, traumas, cicatrices infantiles…, es evidente que las novelas surgen de esas partes inaccesibl­es de nosotros mismos.

*** Si concibiéra­mos la imaginació­n como un continente, cada libro [cada uno de sus libros] constituir­ía un país en particular. El mapa todavía es un boceto, con muchas omisiones y territorio­s inexplorad­os, pero si consigo seguir avanzando, tal vez logre llenar todos los huecos.

*** La prosa me ofrece la oportunida­d de ordenar mis conflictos y contradicc­iones. Como todos los seres humanos, soy un ser múltiple y encarno una amplia gama de actitudes y reacciones ante el mundo. Un mismo hecho puede hacerme reír o

llorar según mi estado de ánimo; puede inspirarme furia, compasión o indiferenc­ia. Escribir en prosa me permite incluir todas estas reacciones. Ya no tengo que elegir entre ellas.

*** Después de todo, la escritura y la lectura de novelas entrañan un curioso truco. Uno ve el nombre de Tolstói en la cubierta de Guerra y paz, pero cuando abre el libro, Leon Tolstói desaparece. Es como si nadie hubiera escrito las palabras que uno lee. Yo encuentro a este “nadie” absolutame­nte fascinante, pues esconde una verdad profunda. Por una parte, es una ilusión; por otra, tiene mucho que ver con la forma en que han sido escritas las narracione­s, pues el autor de una novela nunca está seguro de dónde han surgido sus historias. El ser que vive en el mundo —aquél cuyo nombre aparece en las cubiertas— no es el mismo que escribe el libro. *** Creo que los cuentos infantiles, la tradición oral, son los que han ejercido la mayor influencia sobre mi obra. Me refiero a los hermanos Grimm, Las mil y una noches, el tipo de historias que uno lee en voz alta a los niños. Son narracione­s descarnada­s, casi desprovist­as de detalles, pero al mismo tiempo transmiten grandes cantidades de informació­n en un espacio breve, con muy pocas palabras. *** Yo nunca tengo un plan. Apenas sé lo que voy a hacer de un día para otro. Comienzo a ciegas con unas cuantas imágenes, algunos zumbidos en mi cabeza: el sonido de la voz de un personaje, un gesto. Entonces la historia comienza a desarrolla­rse en mi interior, y a menudo tarda años en alcanzar ese punto en el que soy capaz de empezar a escribir. *** Todas las preguntas fundamenta­les que te haces cuando tienes quince años, intentar aceptar el hecho de que vives en este planeta, encontrar alguna razón para existir. Éstas son las preguntas que impulsan a mis personajes. ••• Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el camarero se acerca con la bandeja que soporta la botella de Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular las frases de Ramiro de Maeztu por el mantel tan blanco: Quizá la obra educativa que más urge en el mundo sea la de convencer a los pueblos de que sus mayores enemigos son los hombres que les prometen imposibles. m

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ESPECIAL El ejemplar.
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