Milenio Laguna

Fragmentar­ia bis

- FERNANDO SOLANA OLIVARES

#MeToo regional. Lo urgente no es importante, lo importante nunca es urgente, dice un viejo saber. Aquí en cambio todo es urgente y por eso se vuelve no importante. La historia es amarga y breve.

Un alumno lleva tiempo de acosar alumnas. Ha subido a la red un video con la novia haciéndole una felación y dícese que ha tenido conductas impropias y de cierta violencia con otras chicas en fiestas estudianti­les —jaloneos, intentos de entrar al baño detrás de ellas, besos buscados a la fuerza—. Se habla también de que pidió favores sexuales a una estudiante a cambio de alterar en su favor las calificaci­ones de una materia o de que mediante mensajes invitó a una maestra a irse a la cama con él.

Es un alumno inconstant­e pero brillante. Posee lecturas verdaderas, no las escolares, resulta un poeta muy bueno por momentos y su prosa puede llegar a entusiasma­r. También hay droga en la ecuación de su desorden humano. Cristal, foco, crac, cualquier mierda química propia de los diabólicos pactos fáusticos actuales. Alta adicción.

“Me junté con gente mala”, dirá después al único maestro que hablará con él para reclamarle su comportami­ento. A su alrededor se ha instalado un sistema tipo la reina de corazones de Alicia: primero la sentencia, luego el juicio. No es muy claro ante quién se había presentado la denuncia de las agraviadas y cuán fundada está, tampoco si el presunto culpable conoce de las acusacione­s en su contra, cuál es su alcance o cómo se debe proceder para configurar el debido proceso. Pero se palpa un clima de sanción pública concluyent­e: es culpable ya.

Ese maestro no sabe lo que otros y otras sí saben pero callaron. Quizá por ello comete un desliz para él inadvertid­o pero que alimenta ampliament­e la economía de la vindicta: invita al estudiante a presentar el libro de una afamada poeta. Lo hace muy bien, por cierto, pero eso no tiene ninguna importanci­a ante la urgeny cia de la hoguera feminista que de paso declara al docente protector del pequeño monstruo.

Éste se pierde varios días luego de la ruda interpelac­ión del maestro. Alguien chismea que anda en la playa y surge un cuadro de descomposi­ción. Indebidame­nte tal vez, pero inevitable­mente también, el maestro abre las variantes y hace algunas cosas a continuaci­ón. El semestre está a punto de terminar y la materia que lleva con él el alumno poeta-depredador­adicto-incontrola­ble es la última de su carrera. ¿Será posible que pueda acabar y echarlo de una vez, o sus desmanes son motivo de una drástica sanción académica que le negará ese final?

La realidad es terca y ocurre por su cuenta. Primer acto: el maestro es abordado por una maestra casi airada que le dice que las alumnas dicen que protege al alumno delincuent­e. Segundo acto: decide hablar con una alumna que sabe está asesorando a las víctimas. La chica produce un malentendi­do intenciona­l e inmediato que repetirá aquí y allá: él está metiendo las manos al fuego por el acosador. Tercer acto: una sensata autoridad del campus le explica que el expediente del caso será enviado al abogado general de la institució­n.

En medio surgen fenómenos pintoresco­s. El maestro recibe una circular donde se le avisa que debido a “medidas cautelares” el alumno no puede entrar al campus asistir a su materia, pero le solicitan que siga impartiénd­ole clases en otro sitio (sic) o en línea. Su subtexto parece ser: si aparece, usted lo saca, por favor, o bien porque ellos no se atreven, o bien para decirle sibiliname­nte que él es el protector. A saber.

La circular es parte de una campaña de lemas que cuelgan en pendones de los edificios del campus, manifestán­dose contra el acoso y el hostigamie­nto. Se celebran foros catárticos y moralizant­es que trasladan el problema a terceros y lo vuelven meramente anecdótico. Como siempre en estos tiempos foros atareados en denunciar efectos y señalar al género culpable, no en buscar las causas profundas, estructura­les de una violencia global que lo alcanza todo.

Después del áspero y desigual encuentro entre el maestro y el alumno: éste acobardado y negándolo todo, el otro escandaliz­ado y reclamante, el alumno regresó dos veces más a clase. En la primera estuvo como ausente y en la segunda se escurrió por el salón. No tendrá calificaci­ón en la materia, pues el poeta-acosador-lascivo es inconstant­e y pocas veces llegó. La adicción es una constancia que impide cualquier otra cosa. No presentará examen ni entregará trabajo final. Quedará detenido en un limbo hostil del purgatorio académico, en el cual cargará el oprobio de su conducta, comprobada suficiente­mente o no.

Dos o tres torpes y escandalos­os intentos de meterse al baño con chicas en fiestas, un video pornográfi­co subido a la red y aun las ridículas propuestas sexuales a una maestra son parte de una enfermedad. Pedir un favor sexual a cambio de una calificaci­ón, en cambio, es un delito. Algo que ocurrió hace algún tiempo y se mantuvo en un extraño silencio.

El alumno podría curarse si se retirara a un monasterio tres años, tres meses y tres días. No habrá quien se lo proponga. Las hogueras parecen haberse apagado por ahora. Pero volverán a prenderse, eso es seguro.

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ESPECIAL Emblema del Movimiento Yo También.

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