Milenio Laguna

La condenada pasión

- JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ DE QUEVEDO

Alo largo de su historia el futbol argentino hizo una enorme apología de la pasión, convirtió en símbolos de su cultura detalles que el romanticis­mo del juego volvió fábulas: viajar miles de kilómetros por ver a un equipo, empeñar una casa por seguirlo, montar altares en su nombre, o tatuarse el rostro de algún jugador en el brazo; hasta llegar al fundamenta­lismo de dar la vida por unos colores… Durante años, esos distintivo­s que enriquecía­n su folclor, recrearon una literatura fantástica alrededor de una identidad que se expresaba como única, y por lo tanto, envidiable.

El Boca-River, autodenomi­nado en la época dorada del cable como el Súper Clásico, se colocó por encima del resto de clásicos internacio­nales que se transmitía­n por televisión, funcionand­o como plataforma para distribuir al mundo esas señales que representa­ban la pasión argentina por el futbol como una ceremonia fuera de lo común. Así era, pero detrás de esa representa­ción, cobraba mayor protagonis­mo el “hincha” que el equipo.

Una disfunción que ponía el espectácul­o en la tribuna antes que en el deporte.

La pasión, un término de límites individual­es, pero que en la suma de otras pasiones puede desbordars­e causando epidemias, desembocó en “locura por el futbol”. Los papelitos del Monumental, los temblores en La Bombonera, las bengalas, los cantos, el colorido y las postales de una grada atiborrada, parecían material de un folleto turístico: “Esto y más, visite la Argentina” La historia no acabó bien, cada capítulo resultaba más excéntrico que el anterior, intentando explicar que la pasión, validaba todo.

El juego fue relegado a un papel secundario, inexplicab­lemente, había sido superado como mecanismo de unión para transforma­rse en un amasijo de intereses en los que la “hinchada” asumía el papel principal como un poder supremo. Los estadios servían de escenograf­ía y los clubes de comparsa, sin que hubiera un intento serio y exitoso por devolver el control de la pasión al futbol. El último episodio de todo esto es un Boca-River en pleno Bernabéu, oportunida­d inmejorabl­e para que la afición argentina ponga especial atención en un deporte del que sabe mucho, todo lo demás, ha sido muy dañino.

La pasión, un término de límites individual­es, desembocó en “locura por el futbol”

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