La condenada pasión
Alo largo de su historia el futbol argentino hizo una enorme apología de la pasión, convirtió en símbolos de su cultura detalles que el romanticismo del juego volvió fábulas: viajar miles de kilómetros por ver a un equipo, empeñar una casa por seguirlo, montar altares en su nombre, o tatuarse el rostro de algún jugador en el brazo; hasta llegar al fundamentalismo de dar la vida por unos colores… Durante años, esos distintivos que enriquecían su folclor, recrearon una literatura fantástica alrededor de una identidad que se expresaba como única, y por lo tanto, envidiable.
El Boca-River, autodenominado en la época dorada del cable como el Súper Clásico, se colocó por encima del resto de clásicos internacionales que se transmitían por televisión, funcionando como plataforma para distribuir al mundo esas señales que representaban la pasión argentina por el futbol como una ceremonia fuera de lo común. Así era, pero detrás de esa representación, cobraba mayor protagonismo el “hincha” que el equipo.
Una disfunción que ponía el espectáculo en la tribuna antes que en el deporte.
La pasión, un término de límites individuales, pero que en la suma de otras pasiones puede desbordarse causando epidemias, desembocó en “locura por el futbol”. Los papelitos del Monumental, los temblores en La Bombonera, las bengalas, los cantos, el colorido y las postales de una grada atiborrada, parecían material de un folleto turístico: “Esto y más, visite la Argentina” La historia no acabó bien, cada capítulo resultaba más excéntrico que el anterior, intentando explicar que la pasión, validaba todo.
El juego fue relegado a un papel secundario, inexplicablemente, había sido superado como mecanismo de unión para transformarse en un amasijo de intereses en los que la “hinchada” asumía el papel principal como un poder supremo. Los estadios servían de escenografía y los clubes de comparsa, sin que hubiera un intento serio y exitoso por devolver el control de la pasión al futbol. El último episodio de todo esto es un Boca-River en pleno Bernabéu, oportunidad inmejorable para que la afición argentina ponga especial atención en un deporte del que sabe mucho, todo lo demás, ha sido muy dañino.
La pasión, un término de límites individuales, desembocó en “locura por el futbol”