El tiempo, todo locura
Mis locuras”, dijo. Como si fuera estrella pop. (Este disco es para mis fans, para los que sienten y vibran conmigo, para los que me han seguido en mis locuras.) O cantautor iberoamericano. (Son tantos años de darme de topes contra la perra vida, de tomarla por los cuernos y echarme unos tequilas con ella, hasta hacerla doblegarse a mis locuras.) O narrador heredero del boom. (Siempre me he asumido cronopio: me gusta andar libre por la vida y por la lengua, pintarle huevos al orden establecido, invitar al lector a perderse en mis locuras.) Cosa que, por cierto, es, solo que no aquí.
Porque, a diferencia de las estrellas pop y los cantautores iberoamericanos y los escritores herederos del boom, la cabeza de una editorial paraestatal no va de autor. Porque se esperaría que concibiera e instrumentara un proyecto de Estado, no una sumatoria de ocurrencias (o aun de genialidades). Porque no se le paga dinero público para deleitar con “sus locuras” a la galería.
Pero la galería aplaude. Y no solo a él sino a quien hoy y aquí parece encontrar en la función pública la avenida para cultivar y compartir sus locuras.
Cancelar un proyecto aeroportuario necesario ya avanzada su construcción, quemar lo invertido en él y sustituirlo por otro que no resuelve el problema. Atomizar —o anunciar que se atomiza— por todo el país la administración pública federal, sin cuidado de lo impráctico de la ocurrencia y los costos que supondrá. Abrir las puertas de la otrora residencia presidencial y convertirla en centro cultural sin acervo y sin programación, por decreto (o por capricho). Desmantelar una red nacional de estancias infantiles y reemplazarla por dádivas directas que, sin embargo, no garantizan cuidados a los hijos de sus beneficiarios. Sus locuras.
Y la galería sigue aplaudiendo. Porque el anterior espectáculo era árido y aburrido e injuriosamente lujoso y éste parece espectacular, popular y modesto (aun si ha de salir igual o más caro). Porque, en este tiempo que es todo locura, estamos ávidos de ídolos que conciten nuestra histeria colectiva.
Sus locuras: proyección de nuestro inconsciente, síntoma de nuestro mal.
Estamos ávidos de ídolos que conciten nuestra histeria colectiva