TACHO/HÉROES PRECIOSOS
Tampoco era nada buena, que dijeras, esa gasolina, producida por la empresa de todos los mexicanos, cargada de plomo dañino, ni mucho menos el diésel atiborrado de mefítico azufre que, aparte, te los despachaban, digamos, a la fuerza porque no había absolutamente ningún otro proveedor de gasolina y gasóleo en todo el territorio nacional. Te vendían los carburantes subsidiados, eso sí, porque Pemex no los refinaba buenos y baratos, como toca, sino caros y malos pero, en fin, el pueblo merecía de todas maneras hidrocarburos a precios bajos para seguir adorando indefinidamente a los prohombres del régimen priista y votar por ellos en cada una de las subsiguientes elecciones.
Llegó un momento en que parecíamos una economía comunista, señoras y señores, con tres o cuatro modelos de televisor en los grandes almacenes, cuatro marcas de coches en las calles y la tristona ropa confeccionada localmente. El sueño de todo comprador era viajar a los Estados Unidos —adónde más— para volver al terruño bien provisto de ropajes “importados”, novedosísimos artículos electrónicos y otras baratijas deslumbrantes de necesidad.
Y, pues sí, las cosas han cambiado: nuestros mercados se han abierto e importamos alegremente mercancías de todas las proveniencias. En lo que toca a los combustibles, tenemos gasolinas de Mobil, refinadas en Texas, y de Shell, autóctonas con aditivos agregados. Pemex, por su parte, sigue vendiendo libremente su Magna y su Premium a quien le dé la gana. Unas son caras y las otras menos caras. ¿Cuál es el problema?