A elegir, entre iglesia y pirámide
Los adherentes del indigenismo a ultranza promulgan la instauración de una nueva cultura nacional sustentada en nuestras raíces aztecas o, ya puestos, tlaxcaltecas, otomíes, totonacas, purépechas, zapotecas o mayas. De ahí vendríamos nada más, y en exclusividad, los mexicanos, ésa sería nuestra naturaleza primigenia, nuestra esencia inmarcesible y nuestra condición intransferible.
Todo lo otro, la herencia del español imperialista y avasallador, debiera ser algo ajeno a nuestra identidad, una suerte de traicionera e indigna entrega al conquistador provenido de fuera. Ah, y el propio proceso civilizatorio derivado de nuestra incontestable pertenencia a la tradición judeocristiana se consideraría también algo repudiable en tanto que se aparta de las fuentes que nos dieron una identidad, como decía, tan fatal como irrenunciable.
Pero, entonces, ¿quiénes somos en realidad? O, dicho en otras palabras, ¿qué tan indios tenemos que considerarnos como para que cualquier pertenencia a otra etnia deba ser rechazada de tajo? ¿Cuál de los tres gentilicios que nos han sido aplicados a los mexicanos —indio, mestizo o criollo— es el que merece mayor legitimidad o el que alcanza el debido reconocimiento?
No son tan extravagantes estas ponderaciones porque el tema sigue en nuestra agenda pública y el rencor hacia los peninsulares que se aparecieron en estos pagos hace 500 larguísimos años es todavía azuzado por los más carcas de nuestros politicastros. Se sirven, estos rentistas del victimismo vernáculo, del natural resentimiento de tantos y tantos individuos insatisfechos para edificar una gran causa revanchista necesitada, a su vez, de actos públicos de expiación escenificados humildemente por los descendientes de aquella gente, así sea que el presidente del Gobierno español o Su Majestad Felipe VI nada tengan que ver con los fieros extremeños y andaluces desembarcado aquí cinco siglos ha.
Pero, la cosa no se acaba ahí: no sería sólo asunto de exigirles disculpas a ellos sino de desconocernos a nosotros mismos, de negar lo que somos y de fabricarnos una identidad, ahí sí, totalmente ajena a nuestra idiosincrasia real. Yo les preguntaría, a estos airados inquisidores: ¿qué reverencian más los mexicanos, una iglesia o una pirámide?.
No sería solo exigir disculpas, sino desconocernos nosotros