“Twitter lanza un plan piloto para frenar el odio en la red”
Es muy habitual escuchar que, cuando se le recrimina a alguien por insultar a otra persona en las redes sociales, su respuesta suele ser “¿y mi libertad de expresión?”. Y pues sí, ahí esta la libertad de expresión. Pero cuando vivimos en un sistema en el que la impunidad parece ser lo que rige, sobre todo desde el anonimato, entonces en alguien tiene que recaer esa regulación. Ante esto, esta semana Twitter dijo que activaría un programa piloto para que las personas que sientan abuso en respuesta a algún comentario que subieron a la red, puedan esconder ese tuit para que no fuera visto, y aseguraron que ellos mismos ya se habían encargado de bajar muchísimos de los textos ofensivos.
Así que lo que hay que preguntarnos ahora es: ¿Quién decide qué se va y qué se queda? ¿Quién determina lo que es ofensivo o no? Para eso hay que pensar en varias cosas que hemos vivido estos días en nuestro país. Comenzando por las grandes ligas.
AMLO hace algunos días les dijo a los medios de comunicación presentes en su “mañanera” que ellos (a diferencia de Jorge Ramos) son prudentes “porque si se pasan ya saben qué les pasa”, asegurando que no era él, sino la gente.
Es cierto. Tratando de pensar en el mejor de los casos cómo se aplicaría este discurso: hablar mal de cualquier cosa que suena a AMLO viene con un costo de interminables insultos y amenazas nada veladas en las redes. ¿Twitter puede contra esto?
¿O qué tal el embrollo tan terrible que acabó siendo el originalmente bien intencionado #MeToo México, donde pleitos personales y sin duda vendettas particulares secuestraron no solo la narrativa sino cualquier esperanza de que las verdaderas víctimas tuvieran la denuncia anónima como recurso para su seguridad? Todo esto pasó a través de las redes sociales, pero tuvo verdaderas consecuencias en la vida real. Trágicas.
Algunas cuentas se cerraron y se abrieron, se habló de censura y luego de autocensura. ¿Hay manera de que un algoritmo pueda manejar todo esto? ¿De que esté adecuado con las particularidades culturales de quienes están recibiendo la información? No habría seres humanos que alcanzaran ya para monitorear este asunto. ¿Cómo hacerle entonces? Sobre todo, cuando hay quien piensa que está en todo su derecho de promover el suicidio o la persecución de otros. Ya sea política o socialmente. ¿Quién decide que una causa vale la pena los daños colaterales? Son muchas guerras con muchos frentes. ¿Hay forma que las redes sociales puedan colaborar para que esto cambie?
Pues a grandes rasgos, la respuesta debería ser ‘sí’. Ellos, y Facebook y YouTube aún más, son absolutamente eficaces cuando el tema en cuestión es comercial. Así que es una promesa muy interesante y difícil de cumplir, porque es la sociedad misma, y no el medio, la que realmente puede poner fin al abuso. A pesar de que éste resulte tan entretenido para tantos.
¿Quién determina lo que es ofensivo o no? Hay que pensar en lo que hemos vivido en nuestro país