¡A rayar se ha dicho!
Cuandogruposfeministassalieronaprotestar luego de la terrible muerte de Ingrid Escamilla, asesinada y desollada por su pareja, y del horror hecho carne que fue la violación y ahorcamiento de la pequeña Fátima, el Presidente de México se lamentó de cómo esos crímenes le quitaron reflectores a su rifa bananera, y dijo que esas mujeres estaban manipuladas por la derecha conservadora, que lo que le urgía a la nación era su cartilla moral —que si va a estar como su decálogo, por mí que se la ahorre—, pasando luego a culpar al neoliberalismo y pidiéndole a las manifestantes que esos no son modos, que ni se les ocurra rayar puertas y paredes.
A mí de lo que me dieron ganas fue de rayarle otra cosa, aún más que de lavar los platos, como sentenció la secretaria Sandoval que harán quienes decidan unirse a la huelga “Un día sin nosotras”, fijada para el lunes 9 de marzo. Porque ahora resulta que un gobierno que gasea activistas, que desprecia a las víctimas, que se conduele de la mala suerte de los peores delincuentes, que lanza soldados contra los migrantes más pobres, que se apoya en un evangelismo trasnochado, que recorta con motosierra los programas culturales y sociales —principalmente los de ayuda a la mujer, nada menos—, que acoge y defiende
Las pocas armas que nos quedan son una lata de spray, un puñado de glitter y alguna pluma
a los líderes sindicales más corruptos y al padre de los fraudes electorales de la dictadura, es progresista y de izquierda.
Lo curioso es que nadie comenzó culpando a López Obrador de la violencia de género que, sin duda alguna, viene de muchos lustros atrás. Es cierto que el presidente tuvo tempranas muestras de condescendencia machista, como cuando le espetó un amenazante “no voy a hablar de eso, corazón, corazoncito” a la reportera Noemí Gutiérrez cuando ésta le cuestionó el apoyo de Morena a Manuel Velasco, o cuando dijo, a pregunta de Jorge Ramos sobre si él era feminista, que “las mujeres merecen el cielo”, por no mencionar el manazo dado a la iniciativa de su esposa de sumarse a la huelga.
También es cierto que su ineptitud y cortedad de miras hacen que las instituciones que se supone deben protegernos se hayan como chingado la rodilla. Pero el responsable de que parte de la furia popular se vuelque ahora contra él es él mismo, acompañado de su galopante narciso que le impide ver cualquier fenómeno sin insertarse de inmediato al centro de éste. Así, López Obrador convierte toda crítica en un ataque, todo obstáculo en un reto a su persona y todo reclamo en una insolencia, condenándose —y con él a todos nosotros— a la incapacidad final de sopesar o de resolver cualquier crisis en beneficio del gran público, impedido como está de empatizar o de comprender lo ajeno. Quedan muy pocos actores o instituciones públicasquenoseencuentrenhoyacogotadosporestapresidencia megalómana, y vergonzantemente algunos de sus titulares son mujeres: los ciudadanos no contamos
_ más con la CNDH, con gobernación ni, menos, con la función pública, y hace décadas que en México el gran capital perdió su espinazo. Las pocas armas que nos quedan, tan temidas por el poder hoy en la silla, son una lata de spray, un puñado de glitter y alguna pluma.