¿Una izquierda moderna? No en Latinoamérica…
La evidencia de que la gente pobre no emigra a un país comunista como Cuba sino que sueña con afincarse en los Estados Unidos es tan irrebatible que el repudio a la economía de mercado no debería de tener siquiera lugar. No estamos hablando de que deban ser soslayados los abusos del capitalismo o de que no tenga que ser severamente regulado. Tampoco estamos diciendo que no es importante la política social —al contrario, las ayudas a los sectores más desfavorecidos de la sociedad hay que financiarlas con los recursos que genera el aparato productivo— o que deba desmantelarse el Estado de bienestar. El tema es otro: la implementación de políticas públicas sustentadas en rancias ideologías y descomunales falsedades. Es decir, la preeminencia del pensamiento doctrinario por encima de… la realidad.
Así como el colectivismo termina por empobrecer brutalmente a las poblaciones también el radicalismo de la derecha — por llamar de alguna manera a la corriente de ideas que ha impulsado a ultranza la instauración del llamado neoliberalismo— puede llevar al advenimiento de escenarios lo suficientemente catastróficos. Miren ustedes, si no, la respuesta de los mercados a la propuesta de esta señora que llegó a ser primera ministra del Reino Unido —no alcancé a memorizar su nombre, con perdón— y cuya primera medida, en acrítico y reverente seguimiento a los más descarnados manuales del capitalismo salvaje, fue reducir drásticamente los impuestos a los más ricos: se devaluó todavía más la libra esterlina y las subsecuentes turbulencias financieras hicieron que su mandato —de apenas 45 días— fuera el más corto de todos los habidos en las Islas.
En nuestro subcontinente el problema es otro: impera en estos pagos el trasnochado izquierdismo de los sectarios. En Latinoamérica no gobiernan sensatamente los socialdemócratas sino que la gran marea rosa de los recientes tiempos ha encumbrado a populistas fatalmente ideologizados. De los que ensalzan, justamente, al régimen cubano o de los que comienzan a derrochar alocadamente los recursos del erario para agenciarse, a través de programas asistencialistas, la adhesión de las clases populares.
Vamos a seguir siendo el territorio de las “décadas perdidas”.
Vamos a seguir siendo el territorio de las “décadas perdidas”