Pedantería verbal
De qué sirve la siempre torpe construcción de un país si un grupo asume con extrema facilidad las capacidades destructoras del poder. De cualquiera. Como si en México nada hubiere sucedido en las últimas décadas, se replican voces afirmando su convencimiento en una forma de gobierno donde no cabe más de una idea. La deslegitimación de toda preocupación ajena a la de un movimiento merece el desprecio; son los otros. La existencia de esos otros se ha transformado en razón de lucha. Para qué se quiere tener alguna relación con ellos. Miles tildados de excretables.
Las crisis democráticas tienen dos caras ya habituales: el deterioro producto de quienes apuestan por negar las reglas que les llevaron al poder y la incapacidad de sectores de las sociedades para traducir su enojo en opciones políticas.
Nadie como el gobierno mexicano ha fomentado esa espantosa pasión capaz de ver un enemigo en quienes no comparten su postura. Entonces, ¿se destruyen?, ¿se ignoran? Un poco de honestidad intelectual consigo mismo haría evidente la pedantería verbal de su inconsistencia democrática. Los contenedores de la democracia buscan limitar esa pasión para intentar garantizar una convivencia civilizada.
El piso de verdad para hacer política con un gramo de decencia exige otorgar legitimidad al descontento; exige un ánimo de reconciliación social absolutamente inexistente en las voces del poder y sus afinidades. Acepta la posibilidad de una sociedad a reconsiderar su propia decisión en un futuro. Ni uno solo de estos elementos se ha mostrado en las reacciones del oficialismo a una manifestación popular.
En la naturaleza política de las sociedades siempre queda la tendencia a la barbarie. Aún con la estructura democrática a la mano, con sus reglas medianamente funcionales, el analfabetismo político nacional busca la manera de transformar la pluralidad en un concurso de voracidad anuladora. Algo debimos aprender de la importancia de establecer condiciones producto de la discusión pública. No lo hicimos y hay un fervor por cimentar esa imposibilidad hacia adelante.
A la calle llama la máxima tribuna. Como si los referentes para las marchas oficiales no fuesen tan suficientes como aberrantes.
En la naturaleza política de las sociedades siempre queda la tendencia a la barbarie