La cachaza nacional
Hace falta ser un conchudo consumado para fijar estándares y metas a partir de limitaciones y complejos...
Recuerdo que fue un concierto inolvidable de 3 figuras a quienes siempre he profesado una gran admiración.
Por aquellos años llegaron sus primeros discos a la Ciudad de México y particularmente en la entrada de nuestra amada Escuela Nacional de Economía, se vendía la música de la Nueva Trova Cubana, lo mismo que de Alfredo Zitarroza, Los Olimareños, Inti-Illimani y Los Folkloristas, entre otros.
Desde entonces amé su música y hoy me duele la partida del gran Pablo Milanés, Pablito como muchos le llamaban en La Habana. Otras veces lo disfruté compartiendo escenario con otro de los grandes: Silvio Rodríguez.
Siendo gobernador la segunda vez, me di a la tarea de concluir un hermoso auditorio que René Juárez (QEPD) había iniciado. En menos de un año lo concluí, y junto con Alejandra Fraustro, decidimos invitar a un grupo de artistas de Xalitla para que plasmaran su obra en éste que es sin duda, el más hermoso centro cultural del estado de Guerrero.
A punto de ser inaugurado, le pedí a mi muy querido amigo Héctor Astudillo Flores, hoy ex gobernador de nuestro estado, que me acompañara a hacer una superviponer en claro que por lo menos no éramos ingenuos. ¿Y no acaso aceptábamos como hecho consumado e inmutable que nuestros gobernantes fueran autoritarios, impresentables e inexplicablemente afortunados? ¿Por qué, si no, empleábamos la máxima “es que estamos en México” para justificar lo intolerable?
Crecimos recibiendo en Navidad juguetes orgullosamente hechos en México, que habrían sido idénticos a los gringos de no incluir varios gramos de rebabas por el mismo precio. Y lo mismo ocurría en toda clase de mercancías y servicios, por los que con frecuencia pagábamos al doble la baja calidad. Y no podías decirlo sin ganarte un estigma de malinchista que olía antes a envidia que a principios. Ya me habría gustado conocer al pequeño patriota que osara intercambiar un Milky Way por un Tin Larín. Seguramente, paletos al fin, éramos víctimas de un deslumbramiento que se habría resuelto con una buena dosis de libre comercio, pero igual más valía dejarnos deslumbrar que resignarnos al oscurantismo. Soñar es, finalmente, ambicionar.
No me consta que todo haya cambiado. En cualquier caso escribo en copretérito para no formar fila entre tantos conchudos y acomplejados que todavía hoy encuentran un orgullo pintoresco en resignarse a ser pueblerinos del mundo, y en tanto ello zafios y limitados. Suelo tener por bobos, miedosos o gandules a quienes, en lugar de empeñarse en atenuarlas, se jactan de sus peores deficiencias. “¡Yo soy así!”, disparan, en tono de ultimátum, de manera que no se sión de la obra, ahí le pregunté: -- Oye Héctor, ¿qué nombre crees que debe llevar este espléndido auditorio?
Su respuesta fue de inmediato: -- Sentimientos de la Nación (me dijo), en homenaje al gran Morelos… Y así lo bautizamos.
Para darle vida cultural a nuestra capital, cada mes llevábamos a diferentes artistas, cantantes, poetas y obras de teatro.
En uno de esos días le pedí a Alejandra que contratara a Pablo Milanés, y si había la oportunidad, me permitiera saludarlo personalmente.
Previo al inicio de su concierto, tuve una amena charla con Pablo, quien me mostró su sencillez, su compromiso con la Revolución Cubana y su amor por México.
Me atreví a preguntarle cuál era la historia de una de sus canciones, tal vez la más famosa: “El Breve Espacio", que en una de sus estrofas reza: “La prefiero compartida, antes que vaciar su vida, no es perfecta, mas se acerca, a lo que yo, simplemente soñé".
Me contestó que se trataba de una historia muy triste, derivada de la separación de su matrimonio, cuando su hija era muy pequeña y a eso respondía la frase de: "La prefiero compartida". nos ocurra pedirles cuentas por las vejaciones a las que su carácter de mierda nos somete. “¡Yo no me callo nada!” “¡Yo eso no lo perdono!” “¡Yo no voy a cambiar!” Y ya, jódase el mundo. Yo, yo, yo.
Hace falta ser un conchudo consumado para fijar estándares y metas a partir de limitaciones y complejos, y sin embargo son rebaño tupido quienes aceptan vivir apocados bajo el dudoso amparo de la ley del menor esfuerzo. Señal de que uno aborrece lo que hace, y hasta puede que así cobre venganza del patrón, el cliente, el mercado o el mundo en general. Dar lo menos de sí, porque de todos modos se las huele que va a salir perdiendo, es un modo seguro de pasarse de idiota creyendo que se pasa uno de listo. Pues antes que engañar a los demás bajo el cobijo de su propia cachaza, precisa el conformista engañarse a sí mismo, y entonces traicionarse como el cobarde que en realidad es. Las torres de su pueblo son siempre las más altas porque el resto del mundo –esas grandes metrópolis donde “el más pendejo arma un radio”– le intimida no menos que el extraño enemigo al cual lleva una vida amenazando.
No gusta al cachazudo que se le tome en serio, por cuanto ello podría comprometerle. Prefiere, en todo caso, que se le vea rústico, pequeño y preferiblemente inofensivo, como aquel Passepartout que alguna vez interpretó Cantinflas junto a David Niven. La clase de arlequín cuyo prestigio parte de su torpeza, pues de esta se colige una inocencia que le hace más o menos digno de confianza. Sólo que, a estas alturas del campeonato, la idea de tener que mostrarse folklórico para hacerse acreedor al crédito extranjero parece cuando menos lastimera, cuando no francamente autohumillante.
Ejercer la cachaza nacional al fin del primer cuarto del siglo XXI es renunciar a ser adulto responsable y devolverse al México mediocre donde nuestras defensas contra la realidad solían ser la apatía y el cinismo. “¡Qué cachaza la tuya!”, decía mi mamá, y yo seguía creyendo que podía engañarla.
No gusta al cachazudo que se le tome en serio, por cuanto ello podría comprometerle. Prefiere que se le vea rústico, pequeño...
Esa tarde-noche le obsequié un disco de Álvaro Carrillo y él a su vez me regaló uno autografiado de sus mejores boleros.
Hoy has partido a nuevas dimensiones, querido Pablito. Con tu marcha, la música latinoamericana perdió una de sus voces más auténticas y contestatarias.
Pablo cantaba al corazón mismo de un pueblo que se negó a ser víctima del imperialismo. Su poesía avivó las mentes y encendió los corazones de una generación que estaba urgida de un ideal.
Milanés fue de esos artistas que cantaban las canciones urgentes para América Latina. Y a decir verdad, es poco probable que en la actualidad surja un movimiento como el de la Nueva Trova Cubana, que aglutine talento musical y pensamiento político.
Pablito, vamos a extrañar tu Breve Espacio, vamos a extrañar a Yolanda, a las Calles que Pisaste Nuevamente, vamos a extrañar Para Vivir. Hoy te fuiste De qué Callada Manera.
Créeme, Pablito, que te vamos a extrañar. La vida es así…