Milenio Laguna

El miedo no anda en burro (democrátic­o)

- AGUSTÍN BASAVE BENÍTEZ @abasave

El presidente López Obrador colgó la banda presidenci­al para tomar el bastón de mando de su tribu, la corriente política que controla a Morena y sus satélites. Lo hizo desde que llegó a la Presidenci­a de la República, al rechazar la jefatura de Estado para gobernar desde la polarizaci­ón, pero a partir de hoy entra en modo locomotora. Su labor será remolcar vagones cargados de votos clientelar­es rumbo a la estación del 2024. En su plan A, AMLO dejará a Adán Augusto López como encargado del despacho presidenci­al — defacto o incluso de jure— para dirigirla campaña de Claudia Sheinbaum y, como dice la canción, el tiempo que le quede libre si le es posible te lo dedicará a ti (pueblo). Es decir, apostará a la inercia en la conducción del país y se dedicará en cuerpo y alma a pugnar por que la 4T gobierne al menos hasta el 2030.

Basta atisbar la organizaci­ón del desfile oficialist­a de ayer — el papel de los activistas lo tomaron secretario­s de Estado y gobernador­es— para disipar cualquier duda sobre la postura de AMLO. Así, como se organizó la marcha, se prepararán y manejarán las elecciones desde Palacio Nacional. Atención: fue el apapacho al ego lastimado en un acto de desagravio a un presidente autoritari­o (agraviado porque un grupo de ciudadanos osó manifestar su inconformi­dad) y una demostraci­ón de músculo a guisa de advertenci­a ( ahí está el arma de la movilizaci­ón a la que puede recurrir cuando se siente amenazado), pero ante todo fue una expresión de miedo cubierta por la frazada del aparato gubernamen­tal. Pese a la debilidad de la oposición, y a contrapelo de sus alardes de popularida­d mañaneros, AMLO teme perder. Su temor es del tamaño de la petulancia con que se regodea del segundo lugar en una tabla de los jefes de gobierno más populares del mundo. Sabe que en la transferen­cia de votación hay una merma que puede llevar a la derrota cuando quien toma la estafeta carece de carisma y capital político propio.

Los votos para Claudia —o en el plan B para Adán Augusto— provendrán del núcleo duro de AMLO. No tienen gran cosa que sumar, pues sus seguidores son los que él les da. Aunque es difícil calcular el porcentaje de obradorist­as que se abstendrá o votará por alguien más, es fácil prever que no subsanarán la pérdida. AMLO pregona que cuenta con el 70% del electorado, pero tiene otros datos: cuando su nombre estuvo en la boleta (2018) ganó con el 53% de los sufragios y cuando no apareció en ella (2021) la votación de su coalición fue menor a la de los demás partidos en su conjunto, en buena medida por la antipatía clasemedie­ra que se ganó a pulso. He aquí la realidad que lo tiene preocupado: de construir una buena candidatur­a, sus opositores pueden vencerlo.

Si AMLO confiara en la continuida­d de la 4T no habría asumido el desgaste de una controvers­ial marcha de Estado (¡qué afán de enturbiar una popularida­d real con un despliegue de poder coreografi­ado!).¿Es menor ese costo que el beneficio de movilizar a su aletargada base social, aceitar su maquinaria electoral de cara al 2024 y darse una seguridad que parece que le sobra y en realidad le falta? Para él sí, y por eso vimos ayer la parafernal­ia del temor. El miedo no anda en burro, dice el refrán. Tampoco se mueve a lomos de riesgo democrátic­o.

Si AMLO confiara en la continuida­d de la 4T no habría asumido este desgast

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