López vs. México
Cuando
la sociedad civil salió en hordas a lo largo y ancho del país para defender su democracia y manifestar su repudio a la asonada de López Obrador contra el instituto que garantiza imparcialidad y rigor a la hora de contar nuestros sufragios, el presidente que hace apenas dos años decía así: “A la primera manifestación de cien mil (personas) me voy a Palenque, Chiapas. Ni siquiera espero la revocación del mandato … Porque tengo principios, tengo ideales”, no solo no se fue a su finca sino todo lo contrario. Incapaz de entender que la vida pública no versa toda y siempre alrededor de su ombligo, con su frágil ego maltrecho, se dedicó a insultar y descalificar a los marchantes con el rencor de costumbre, y no se detuvo a repensar su estrategia, ni a reconsiderar opciones por el bien del país, sino que redobló apuestas, convocando a una apoteósica contramarcha en apoyo de sí mismo, una cuyo fin único sería demostrar que la suya sería más grande.
Quizá por eso Claudia Sheinbaum nos pidió no creerle a nuestros ojos u oídos, sino al partido, saliendo rápidamente a decir que los ciudadanos apenas juntaron unas 10 o 12 mil personas, mientras que en la contramarcha hubo más de un millón de almas henchidas de amor por López Obrador, sí señor, sin importar que los espacios ralitos hubieran sido claramente visibles en el Zócalo a pesar de la maquinaria de acarreo que con nuestro dinero retacó de camiones, de sindicalistas, de burócratas cautivos, de guardias vestidos de civil, de pases de lista y de lonches y frutsis las calles de la Ciudad de México, como en los mejores tiempos del corporativismo revolucionario de la vieja dictadura.
Entre tanto calor humano pagado con nuestros impuestos el presidente tardó seis horas en llegar al templete, donde lo esperaba su señora esposa muy fresca de tanto no marchar luego de que a no pocas glorias de la T4 les hubiera dado un patatús por los empujones y sofocos y que a Marcelo Ebrard le cayera sendo escupitajo —no es lo mismo Buckingham que la Tabacalera, valedores—. Apostándose en el templete, el mandatario se aventó casi dos horas de las mismas mentiras y enconos que derrama en sus mañaneras, con una novedad: develó allí, en ese histórico día, lo que sería la suma de su legado, su marco teórico franciscano, su aportación suma al quehacer político de las naciones en resistencia contra el neoliberalismo conservador: el Humanismo Mexicano.
¿Qué viene siendo ese oxímoron? Vayan y pregúntenle a eminencias como Solalinde o Salmerón, porque del pasado domingo sólo salieron lugares comunes y abstracciones gastadas, que concluyeron así: “Hagamos realidad y gloria el humanismo mexicano … ¡Viva México!”. Sí, que viva, pero no todo: para el presidente humanista los padres de los niños con cáncer, las mujeres violentadas, los críticos, los demócratas, los que buscan un mejor nivel de vida, los expertos y académicos, las madres buscadoras, los migrantes y las víctimas de la brutalidad policiaca o del narco, esos se pueden ir, con toda su humanidad mexicana, mucho al carajo.
“¡Viva México!”... pero no todo, hay quien se puede ir, con su humanidad mexicana, al carajo