Milenio Laguna

Se venden desdichas

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

Cuando

el equipo mexicano cayó en Qatar contra la selección de Argentina, recordé que hace años, invitado por Ricardo Becerra, publiqué en la revista Arcana una crónica deportiva a la que titulé “Aficionado­s a la Infelicida­d”, un conjunto de episodios de la selección nacional de futbol. En esas páginas pasé revista a los fracasos de nuestro equipo en una breve historia del selecciona­do mexicano.

Yo mismo me sorprendí: desde 1930, en el Mundial de Uruguay, y hasta 1978, año de una tormenta similar a la de nuestros días funestos en Qatar, México había asistido a ocho copas del mundo y jugado 24 partidos: de esos juegos ganó 3, empató 4 y perdió 17 encuentros. Bajo la tempestad de ese viaje inclemente, los mexicanos anotaron 21 goles y recibieron en 62 ocasiones el balón en las redes de su portería. En esa intemperie, la selección obtuvo 10 puntos y perdió 38. Estos números volvían al futbol mexicano una rara autoridad del fracaso.

Dicen que la historia enseña. Veamos. En el campeonato mundial de 1930, la escuadra mexicana estuvo formada por jugadores del América, del Atlante y del Necaxa (me pongo de pie). En el Club Deportivo Marte jugaba el más habilidoso en la ofensiva: Hilario López, ElMoco. La autoridad en el campo era el portero, Bonfiglio, militar y miembro de la selección Jalisco. Los entrenaba Juan Luque de Serrallong­a que sometía a los jugadores a raros ritos de iniciación cívica: besar la bandera, cantar el himno, conmoverse hasta las lágrimas con la idea de que ellos eran los elegidos.

México se midió contra Francia en el primer partido de un Mundial. Perdieron 4 a 1. El solitario gol mexicano lo anotó ElTrompo Carreño. Así empezó el calvario.

Les recuerdo que Álvaro Obregón incluyó el futbol en los festejos del Centenario de la consumació­n de la Independen­cia por consejo de Martín Luis Guzmán, quien le dijo al caudillo que el futbol podría representa­r, como ningún otro deporte, el espíritu de una nación y sus hombres. No le faltó razón, pero nos condenó a la infelicida­d.

Si hacemos a un lado el triunfo fugitivo, el equipo nacional trae consigo una gran red de agujeros, como ésta, con la que ha pescado el rotundo fracaso y que permanecer­á un rato largo entre nosotros. Mientras tanto, compramos desdichas.

El equipo nacional trae consigo una gran red de agujeros

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