Memorias del subdesarrollo
Cuando usted aterriza en el AICM aún no ha llegado, le faltan la aduana real, si se necesita, y la imaginaria. Hay diez bandas en las cuales girarán las maletas. Pues bien, sólo funciona una de ellas y en esa dan vuelta las de cuatro vuelos
Los espíritus más sagaces y no por eso menos inquisitivos descubrieron que Gamés asistió de incógnito a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Cuando terminó sus labores de espionaje para enriquecer los archivos del amplísimo estudio, Gil abandonó el hotel en el cual se hospedó y se dirigió al aeropuerto.
El pase de abordar que le dieron a Gilga en el mostrador de AeroMéxico lo enviaba a la puerta C35. Pasó los filtros sin mayor sobresalto. Todo en orden pensó Gamés. Terrible error mental. Con su cabeza de balón, Gil buscó un restorán para ver algunos minutos del juego de Argentina contra los australianos mientras el avión tomaba posición de abordaje para partir a las 2:29. Papita para los chés. La pantalla luminosa marcaba retraso de una hora en el vuelo 237 de Guadalajara con destino a la Ciudad de México. El conformismo es una enfermedad de las almas optimistas. Qué mejor. Esta idea puso huevecillos en la mente de Gamés: un Glenfiddich 15, una botana, el juego completo de Argentina y luego a la ciudad. Anjá, sí, como ño.
Cuando los argentinos dieron cuenta de su propia botana australiana, Gil miró aterrado la pizarra: vuelo 237: cerrado. ¡Qué! Gilga corrió con su acostumbrada agilidad. Al llegar jadeante a la puerta 35, algunos peregrinos le informaron que la pantalla engañaba a los pasajeros. Tiempo de mentiras y engaños, sentenció Gamés. Mientras se reponía de lo que creyó era un infarto en evolución, Gil se enteró de que el vuelo de las 2:30 saldría a la 4:30 de la tarde. Ah, desgracia; ah, AeroMéxico. Cuando usted se sienta desesperado, camine. Eso hizo Gilga, caminar.
Señales ominosas
Gil caminaba por el ancho pasillo de las puertas de abordaje. Fugaces ataques de tristeza tocaban a su corazón, pero Gilga no abrió el portón. Todo es fugitivo, cavilaba. Entonces vio a lo lejos, sentado en una banca de espera a Rolando Cordera. Gamés se acercó incógnito y sigiloso y oyó con el rabito de la oreja que Cordera llevaba en el aeropuerto desde las 7 y media de la mañana. El carácter de hierro forjado de Cordera lo mantenía entero, como un sabio chino. AeroMéxico les había dado vales de comida por 250 pesos, pues su vuelo de las 9 de la mañana, el 215, desapareció, ya nadie hablaba del 215 como nadie se refiere en público a alguien que nos ha abandonado sin decir adiós.
No sin estupor, Gamés se enteró a las 5 de la tarde de que su vuelo, el 237, también había desaparecido. Las sobrecargos de AeroMéxico daban órdenes extrañas: corran a la puerta 36, regresen a la puerta 35; no, vuelvan a la 36. Gil iba y venía, tal vez se le adelantó con una carga de hombro a una preciosa viejecilla.
A las seis de la tarde las sobrecargos informaron que el avión había llegado, pero que la tripulación venía a bordo de un avión con retraso. Muy bonito. Rolando Cordera, impasible, observaba el caos, él siempre mira el desorden con ojos expertos. En cambio Gil quiso prenderle fuego a una tienda de Pineda Covalin, capitalistas inmundos que cosifican a la mujer y, ya entrados en gastos, también al hombre.
A las 6 y media de la tarde una larga fila se agolpaba al frente del mostrador de la puerta 35. Gilga quería gritar, jalarse los pelos. Los pasajeros entraron casi a codazos y sin el casi ni el caso. Así obtuvo su lugar Gamés en el avión de AeroMéxico, pero no el 237, desaparecido, sino el 245.
Y al final, si usted no tiene quien lo recoja en esa lejanía, se perderá en el mundo de los taxis
Maletas y taxis
Gil entiende que un banco de niebla desordene y retarde vuelos del mundo entero, pero el desorden infestándolo todo desde el aeropuerto de la Ciudad de México, ¿no es un poco demasiado?
Ahora mal sin bien, cuando usted aterriza en el AICM aún no ha llegado, le faltan la aduana real, si se necesita, y la imaginaria. Hay diez bandas en las cuales girarán las maletas. Pues bien, sólo funciona una de ellas y, en esa cinta de Moebius de bolsillo, dan vuelta las maletas de cuatro vuelos. ¿Por qué? Misterio divino. ¿Y si el director del aeropuerto explicara algo? Nada.
Y al final, si usted no tiene quien lo recoja en esa lejanía, se perderá en el mundo de los taxis. Una hora, hora y media o dos horas puede durar la cola para subirse a un taxi. ¿Nadie puede arreglar ese problema? El deterioro empieza a dominar en cada espacio de nuestra vida. Gil llegó a su casa 9 horas después de salir del hotel en Guadalajara; Rolando Cordera, 14. Oh, sí.
Todo es muy raro, caracho, como diría un pasajero del vuelo sabe Dios qué número: “bienvenidos al subdesarrollo”.