Sobre la pobreza de muchos y la riqueza de pocos
Recientementeel ingeniero Carlos Slim ofreció una larga conferencia sobre su devenir como empresario, desmintió infundios, respondió todo lo que le preguntó el público y opinó sobre diversos temas, entre ellos la pobreza, la desigualdad y la exclusión.
Desechó como solución para esos problemas el “reparto como tal de la riqueza”, afirmando: “eso no funciona, es una tontería, una estupidez, porque las personas lo que necesitan son mejores empleos, mejores ingresos, saber que tendrán mejores condiciones de trabajo y una justa jubilación, pues, lo importante para la población es su bienestar, lo que implica tener mayor poder adquisitivo”.
Estoy de acuerdo con él, porque “distribuir la riqueza” seduce los oídos de los marginados, pero es una promesa tramposa de garrapatas que no saben producir riqueza ni gobernar. Repartir el dinero de otros, como en Cuba, Venezuela, Nicaragua y muchos otros países sólo masifican en la opresión y la miseria a la población.
Se requiere de un esfuerzo solidario de gobiernos, instituciones sociales y la población en general para elevar la educación pública, capacitando a las personas para realizarse como seres humanos y desempeñar bien su trabajo.
Se necesitan modernos servicios públicos, como en materia de salud (mejores que en Dinamarca, según ofreció Tartufo); es inaplazable un Estado de derecho vigoroso que evite o castigue los abusos de gobernantes y gobernados para hacer viable la sana convivencia.
El reparto oficial de apoyos a los más necesitados es imperativo de justicia social, pero con ello sólo se mitigan parcialmente algunas necesidades apremiantes de quienes las reciben, pero no los libera, y al ser esas ayudas permanentes crean en ellos dependencia y esclavitud, y son usados como leva electoral; ofenden la dignidad de los beneficiados, y les tatúan la marca de su propia minusvalía.
Lo que empobrece a la sociedad son los gobiernos ineptos, corruptos y dilapidadores, no la riqueza bien habida de los gobernados, esa no esquilma a nadie.
El deber de los acaudalados no es “repartir su riqueza” sino acrecentarla y compartirla, y son conceptos diferentes. Nadie está obligado a deshacerse (o permitir que le quiten) lo que legal y moralmente le pertenece, pero sí a compartirlo. Y hay mil maneras de hacerlo: la primera es pagando los impuestos justos y, en seguida, según las propias capacidades, creando empleos, apoyando a instituciones científicas, tecnológicas y de beneficencia, construyendo escuelas y caminos, en fin, cooperando en aquello que implique auxilio e impulso social.
Esto es lo que hace diferente a la persona honesta de la miserable, eso es lo que distingue realmente al rico de quien solamente es esclavo de su riqueza.
Lo importante no es cuánto dinero tiene alguien, sino cómo lo hizo y cómo lo comparte.