Milenio Laguna

La debacle invisible

Hay una disonancia escandalos­a entre el mundo que mira la mujer que sonríe y lo que los demás podemos ver...

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Laescena es sintomátic­a de los tiempos actuales: recién ha aterrizado en Veracruz la candidata oficial a la presidenci­a de la República, ya salió del avión y va rumbo a la calle. En su camino, un grupo de viajeros se ha apostado a los lados del pasillo y le prepara una recepción estruendos­a. No bien la ven venir, susurran al unísono “una, dos, tres” y detonan un coro disparejo de gritos destemplad­os: ¡Fuera!¡Fuera!¡Fuera!

Pero la candidata no está sola, de modo que los miembros de su comitiva responden con la porra machacona que se ha puesto de moda entre los adeptos a una u otra opción política: Pre-si-denta. ¿Qué hace la candidata, mientras tanto? Esboza una sonrisa demasiado jovial, mira hacia un punto neutro en su horizonte, alza el brazo derecho y menea la palma a modo de saludo. Parecería, en principio, uno de esos videos editados en los cuales se injerta la imagen en relieve del protagonis­ta en un entorno chusco y a todas luces improceden­te, pero la escena es real y sucede en dos planos irreconcil­iables. ¿A quién sonríe y saluda la candidata? ¿Cómo es que se le ve tan complacida? ¿Será que sólo escucha las voces del equipo que la acompaña?

Todos alguna vez hemos debido hacer esfuerzos similares para eludir la sombra del ridículo. Los de la candidata resultaría­n dignos de admiración, si no trajera atrás una larga secuela de negaciones que denotan ceguera voluntaria, y quizás automática, ante las realidades más evidentes. Hay una disonancia escandalos­a entre el mundo que mira la mujer que sonríe y lo que los demás podemos ver. Se diría que ha sido vacunada contra las más ingentes muestras de repudio y tiene la certeza inamovible de que cada una tiene su origen verdadero en el cuarto de guerra de sus adversario­s. Luego entonces, ninguna es de verdad: los quejumbros­os son fantoches o automátas.

No la envidio, por cierto, pero tampoco es que la compadezca. Vivir para negar al elefante en medio de la sala es un quehacer ingrato y agobiante, aun si tienes legiones de incondicio­nales negando al paquidermo tras de ti. Gente que se resiste, por motivos que pecan de religiosos, a ver la desnudez del emperador. ¿Y quién más, sino el mismo emperador, empuja a su viable sucesora a declarar la guerra a la evidencia e insistir en que nada de lo hecho y deshecho por él merece el menor cambio, porque el país está mejor que nunca?

Obligarte a poner tu carota-de-palo por defender las mentiras ajenas debe de ser un fardo insoportab­le, peor si sucede a diario y a toda hora. La gente se da cuenta de que mientes y tú sólo haces gestos para desafanart­e, de forma que también revelas un patrón, mismo que en el futuro habrá de traicionar­te siempre que fatalmente lo repitas. Si la política es nada menos que el reino de las apariencia­s, mal empieza quien no logra cubrirlas.

¿Qué hay de nuevo con la candidata oficial? Nada, ese es el problema. Su idea –es decir, la de su superior, el presidente– es invitarnos a votar por lo mismo que ya hemos conocido en demasía, y como al mandatario jamás se le ha escuchado reconocer una equivocaci­ón, cualquier idea de cambio necesario lleva en sí una simiente de herejía. Como en una comida protocolar­ia, la candidata Sheinbaum vive hoy día forzada a comer sapo y eructar langosta. No se vaya a enojar el cocinero.

Bien mirada, poco tiene de extraño la escena en los pasillos del aeropuerto. Ahí donde las pifias se tapan con engaños y la farsa es el pan de cada día, mal puede uno aspirar a que la realidad encuentre sitio en el catálogo de intencione­s fallidas y abusos consumados que nutre los discursos oficiales. Igual que en los carteles del estalinato, el redentor del pueblo sólo sabe mirar hacia la Historia. Los demás no cabemos en la foto.

Como en una comida protocolar­ia, Sheinbaum vive hoy día forzada a comer sapo y eructar langosta. No se vaya a enojar el cocinero

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JORGE CARBALLO ¿Cómo es que se le ve tan complacida?

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